Víctor
Moderador de Poesía Jocosa
A la mujer de la Costa
de mi terruño cimero,
a cuyo cuerpo playero
ciñe su cintura angosta;
con gusto mi voz se imposta
para ensalzar sus encantos,
que por ser en ella tantos,
se luce en sus litorales
como diosa en sus caudales,
bajo los celestes mantos.
Porque tiene la cadencia
y la altivez de la palma,
y a su presencia se empalma
la gracia con insistencia.
Y porque encierra la esencia
que derraman las auroras
y las formas tentadoras
en el paisaje enmarcadas,
y por esas sus miradas
ardientes y soñadoras.
Es realidad y quimera,
tentación y fantasía
que adorna con alegría
como flor de primavera.
En su imagen costanera
se deposita la brisa
y la albura en la sonrisa
y la inquietud de la mar...
Y el don de saber amar
con esa pasión que hechiza.
Como los bardos de otrora
quienes con su pulso diestro
hicieron vibrar el estro
con su lira seductora;
igualmente, sin demora,
he querido echar mis versos
a sus primores diversos
que alientan mi inspiración
latente en mi corazón,
con sus sonidos dispersos.
de mi terruño cimero,
a cuyo cuerpo playero
ciñe su cintura angosta;
con gusto mi voz se imposta
para ensalzar sus encantos,
que por ser en ella tantos,
se luce en sus litorales
como diosa en sus caudales,
bajo los celestes mantos.
Porque tiene la cadencia
y la altivez de la palma,
y a su presencia se empalma
la gracia con insistencia.
Y porque encierra la esencia
que derraman las auroras
y las formas tentadoras
en el paisaje enmarcadas,
y por esas sus miradas
ardientes y soñadoras.
Es realidad y quimera,
tentación y fantasía
que adorna con alegría
como flor de primavera.
En su imagen costanera
se deposita la brisa
y la albura en la sonrisa
y la inquietud de la mar...
Y el don de saber amar
con esa pasión que hechiza.
Como los bardos de otrora
quienes con su pulso diestro
hicieron vibrar el estro
con su lira seductora;
igualmente, sin demora,
he querido echar mis versos
a sus primores diversos
que alientan mi inspiración
latente en mi corazón,
con sus sonidos dispersos.