DR Jose Roberto Hernandez
Miembro Conocido
El rompecorazones
Este sujeto, todo un perfecto núcleo de sujeto, esta persona ausente de predicado, solía despertarse para besar, andaba por la vida acariciando pieles sin algún sentido. Era un volverine de buenas sonrisas y un falso decir impresionante.
Andrés solía andar papel y lápiz en mano, halagando por escrito a cuanto caminar le era singular. No era un hombre de vista fija, de hecho, no se conformaba con la hermosura de turno que podía exhibir entre sus brazos, solo para mirar y adular algo diferente, es decir, la próxima presa.
Andrés no notaba que su mundo---como la lactosa---era limitado y dejaba cada manjar insatisfecho, como si mordisqueara cada fruta sin tocar su semilla; así como dejar un cuerpo a medio vestir o medio desnudo; para el era un vaso medio lleno, para ellas casi vació.
Andrés no advertía que el universo del que abusaba era limitado y en Berrondas, su pueblo natal, allí donde vivía y alardeaba de sus desmanes, las pelilargas perdieron el temor a conversar entre sí.
Un día, Andrés, este parte almas; el llamado rompecorazones de Berronda, se amoldó su pelo negro, se estrechó una ropa fácil y salió por la puerta, al abordaje de la jungla callejera. Al doblar por la esquina este del parque, donde siempre le esperaba o solía aguardar su primera víctima, noto un rechazo de miradas sobre sus hombros.
Descartando una tras otra cada damisela, busco su último abrazo, su mejor noche, su única noche de sexo, la única madrugada de bilaterales orgasmos.
Ana, la desgreñada dueña del fondo del callejón de la calle "Bruselas", le esperó al fondo, donde el pavimento no seguía su camino. Le esperó con la misma bata de casa de la última noche que estuvieron juntos.
Andrés se le ensimismó en un abrazo que solo encontró el vació y un pequeño desprecio de ojos.
Ana caminó unos pasos dejando atrás al casanova, besó al nuevo novio de pocas horas y se fueron calle arriba. Andrés volvió por primera vez solo a su casa.
Pasaron unos días y no asomó su sonrisa ni siquiera al portal. Pensaba más en Ana que en su pelo, que en su vestir, hasta había encontrado un motivo para no comer.
Este rompecorazones ilusorio, comenzaba a secar las lagrimas de su propio corazón
Dr. José Roberto Hernández (Vampi)
Este sujeto, todo un perfecto núcleo de sujeto, esta persona ausente de predicado, solía despertarse para besar, andaba por la vida acariciando pieles sin algún sentido. Era un volverine de buenas sonrisas y un falso decir impresionante.
Andrés solía andar papel y lápiz en mano, halagando por escrito a cuanto caminar le era singular. No era un hombre de vista fija, de hecho, no se conformaba con la hermosura de turno que podía exhibir entre sus brazos, solo para mirar y adular algo diferente, es decir, la próxima presa.
Andrés no notaba que su mundo---como la lactosa---era limitado y dejaba cada manjar insatisfecho, como si mordisqueara cada fruta sin tocar su semilla; así como dejar un cuerpo a medio vestir o medio desnudo; para el era un vaso medio lleno, para ellas casi vació.
Andrés no advertía que el universo del que abusaba era limitado y en Berrondas, su pueblo natal, allí donde vivía y alardeaba de sus desmanes, las pelilargas perdieron el temor a conversar entre sí.
Un día, Andrés, este parte almas; el llamado rompecorazones de Berronda, se amoldó su pelo negro, se estrechó una ropa fácil y salió por la puerta, al abordaje de la jungla callejera. Al doblar por la esquina este del parque, donde siempre le esperaba o solía aguardar su primera víctima, noto un rechazo de miradas sobre sus hombros.
Descartando una tras otra cada damisela, busco su último abrazo, su mejor noche, su única noche de sexo, la única madrugada de bilaterales orgasmos.
Ana, la desgreñada dueña del fondo del callejón de la calle "Bruselas", le esperó al fondo, donde el pavimento no seguía su camino. Le esperó con la misma bata de casa de la última noche que estuvieron juntos.
Andrés se le ensimismó en un abrazo que solo encontró el vació y un pequeño desprecio de ojos.
Ana caminó unos pasos dejando atrás al casanova, besó al nuevo novio de pocas horas y se fueron calle arriba. Andrés volvió por primera vez solo a su casa.
Pasaron unos días y no asomó su sonrisa ni siquiera al portal. Pensaba más en Ana que en su pelo, que en su vestir, hasta había encontrado un motivo para no comer.
Este rompecorazones ilusorio, comenzaba a secar las lagrimas de su propio corazón
Dr. José Roberto Hernández (Vampi)
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