Bartolomé Rodríguez Oliva
Miembro
Se lo llevaron de noche
hacia la arboleda,
por un camino pedregoso
que bordea un muro de piedras.
Su mirada es el reflejo de la Luna
que lo acompaña en sus quimeras.
Su alma destella libertad
y su espíritu camina con tristeza.
Ni un llanto, ni una lágrima,
su corazón suspira por lo que a los demás expresa,
por ser solo un hombre que piensa,
que transmite su yo que a otros desespera.
Un hombre culto, auténtico,
que muestra su ser sin barreras.
Su caminar es lento, sin esperanzas,
sabe que al final del camino,
en la arboleda, la vieja parca espera.
Sabe que se acabarán sus fantasías,
sus ilusiones, sus problemas.
Sabe que los monstruos que lo acompañan
celebrarán su muerte con banderas,
sabe que, su corazón sin fronteras,
dejará de latir por defender la libertad eterna,
por ser diferente al resto de la humanidad efímera.
De repente, los árboles sin sombras,
cubiertos por la noche despierta,
serán testigos mudos de los disparos
que destrozarán su cuerpo a la fuerza.
Nadie sabrá nunca donde hallar sus tristezas,
sus alegrías, sus restos, sus leyendas.
La cobardía hará del hombre testigo mudo
que se sacia en la arboleda perdida.
Los que disparan callarán para siempre
como aves de rapiña que a su presa esperan.
Su suspiro queda en el aire
como su obra eterna
que perdura para siempre a pesar
de los que quieren callar su fortaleza.
Su ser será eterno, nadie
puede negar su existencia
hacia la arboleda,
por un camino pedregoso
que bordea un muro de piedras.
Su mirada es el reflejo de la Luna
que lo acompaña en sus quimeras.
Su alma destella libertad
y su espíritu camina con tristeza.
Ni un llanto, ni una lágrima,
su corazón suspira por lo que a los demás expresa,
por ser solo un hombre que piensa,
que transmite su yo que a otros desespera.
Un hombre culto, auténtico,
que muestra su ser sin barreras.
Su caminar es lento, sin esperanzas,
sabe que al final del camino,
en la arboleda, la vieja parca espera.
Sabe que se acabarán sus fantasías,
sus ilusiones, sus problemas.
Sabe que los monstruos que lo acompañan
celebrarán su muerte con banderas,
sabe que, su corazón sin fronteras,
dejará de latir por defender la libertad eterna,
por ser diferente al resto de la humanidad efímera.
De repente, los árboles sin sombras,
cubiertos por la noche despierta,
serán testigos mudos de los disparos
que destrozarán su cuerpo a la fuerza.
Nadie sabrá nunca donde hallar sus tristezas,
sus alegrías, sus restos, sus leyendas.
La cobardía hará del hombre testigo mudo
que se sacia en la arboleda perdida.
Los que disparan callarán para siempre
como aves de rapiña que a su presa esperan.
Su suspiro queda en el aire
como su obra eterna
que perdura para siempre a pesar
de los que quieren callar su fortaleza.
Su ser será eterno, nadie
puede negar su existencia