Blanca Hernandez
Miembro Conocido
En una cueva de páramos salientes
habitaba un pobre hombre ermitaño,
vivía de la casa y de la gran pesca,
imposible calcular todos sus años.
Cuentan los allí habitantes
cuando amanecía el recorría,
sus gritos eran retumbantes,
en las sinuosas márgenes del río.
Celebraba con cánticos de Orfeo
cuando el luminoso fuego prendía
con una lira tomada en sus manos,
cuál llevada como soberano trofeo.
Con corona de hojas en su cabeza
subido, en un alto promotorio
elevaba al cielo sus dos manos,
como hablando con los Dioses.
Traspasando las cumbre decidido
pulsó su laúd, en su fuego prendido,
para hacer más corto el resumen,
el ermitaño dio el adiós al poeta.
En el vibrar de su apasionada veta
en la nota postrera de su numen,
raudales genuinas de armonía,
el ermitaño dio el adiós a la vida.

habitaba un pobre hombre ermitaño,
vivía de la casa y de la gran pesca,
imposible calcular todos sus años.
Cuentan los allí habitantes
cuando amanecía el recorría,
sus gritos eran retumbantes,
en las sinuosas márgenes del río.
Celebraba con cánticos de Orfeo
cuando el luminoso fuego prendía
con una lira tomada en sus manos,
cuál llevada como soberano trofeo.
Con corona de hojas en su cabeza
subido, en un alto promotorio
elevaba al cielo sus dos manos,
como hablando con los Dioses.
Traspasando las cumbre decidido
pulsó su laúd, en su fuego prendido,
para hacer más corto el resumen,
el ermitaño dio el adiós al poeta.
En el vibrar de su apasionada veta
en la nota postrera de su numen,
raudales genuinas de armonía,
el ermitaño dio el adiós a la vida.
