Dichoso el pelota, figura maleable,
de verbo elástico y columna plegable.
Hace del falso halago su bandera,
y en adular, jamás tiene frontera.
Mientras otros se afanan en talento,
él cultiva el olfato del momento:
olfatea el humor del superior
y a su sombra se arrastra con gran ardor.
Jamás contradice, todo lo celebra,
ríe sin gracia, y con fe se integra.
Cual fan en trance aplaude la necedad,
y reza eslóganes con fidelidad.
Donde tú ves dictador, él ve lumbrera,
donde ves maltrato, él halla primavera.
Donde tú ves vileza o cobardía,
él ve un acto de magna valentía.
Su verbo es arte de geometría:
“Lo que digas”, “gran idea”, “¡qué alegría!”,
“Estuviste cumbre, oh jefe inmenso”,
es su léxico llano, vil, intenso.
No se arrastra por miedo ni flaqueza,
sino por plan, por fría sutileza.
Sabe que el mérito no da estatura,
sino inflar egos con voz e impostura.
Le llaman chaquetero, tiralevitas,
faldero, lamelibranquio, y otras citas.
Mas él sonríe, impávido, cortés,
porque tiene al jefe a sus pies.
Resiste como especie invasora
y goza del calor de la mano protectora.
Y si cae su dios, sin gran aflicción,
muda de altar, y sigue la función.
¡Oh pelota!, mago del incienso,
campeón del elogio tan extenso,
erudito en lo falso y en lo vano,
tahúr del verbo untuoso y cotidiano.
Desde tu trono de trampa y alabanza,
sigue adorando, sigue la danza.
La buena vida—¡laboral, se entienda!—
es tuya… mientras el líder no se ofenda.
de verbo elástico y columna plegable.
Hace del falso halago su bandera,
y en adular, jamás tiene frontera.
Mientras otros se afanan en talento,
él cultiva el olfato del momento:
olfatea el humor del superior
y a su sombra se arrastra con gran ardor.
Jamás contradice, todo lo celebra,
ríe sin gracia, y con fe se integra.
Cual fan en trance aplaude la necedad,
y reza eslóganes con fidelidad.
Donde tú ves dictador, él ve lumbrera,
donde ves maltrato, él halla primavera.
Donde tú ves vileza o cobardía,
él ve un acto de magna valentía.
Su verbo es arte de geometría:
“Lo que digas”, “gran idea”, “¡qué alegría!”,
“Estuviste cumbre, oh jefe inmenso”,
es su léxico llano, vil, intenso.
No se arrastra por miedo ni flaqueza,
sino por plan, por fría sutileza.
Sabe que el mérito no da estatura,
sino inflar egos con voz e impostura.
Le llaman chaquetero, tiralevitas,
faldero, lamelibranquio, y otras citas.
Mas él sonríe, impávido, cortés,
porque tiene al jefe a sus pies.
Resiste como especie invasora
y goza del calor de la mano protectora.
Y si cae su dios, sin gran aflicción,
muda de altar, y sigue la función.
¡Oh pelota!, mago del incienso,
campeón del elogio tan extenso,
erudito en lo falso y en lo vano,
tahúr del verbo untuoso y cotidiano.
Desde tu trono de trampa y alabanza,
sigue adorando, sigue la danza.
La buena vida—¡laboral, se entienda!—
es tuya… mientras el líder no se ofenda.