Yaneth Hernández
Miembro Conocido
En tus manos de blanca rima,
claudica mi llanto.
El invierno atrapado en las pupilas de la noche,
sopla su melancolía hasta la caverna de la luna
mecida por el cintillo del infinito,
y tú, apoltronada en la bóveda de mi mente
inmutable como dioses incas,
aguijoneas con tersa agonía mis sueños,
de una soledad que no tiene visa a la libertad.
Encima de mi boca descansa
el cáliz del anhelado beso,
la frescura de los azahares que cultivan tu aliento,
la nocturna palidez de las palomas
y el encanto sobrenatural de percibirte
en las luces latinas del amanecer.
Extraño el crespo dorado que era errante en tu frente
el talle elocuente de tu sonrisa,
la elegía primaveral del viento cortejando tus mejillas
y esa gracia tranquila que versaba como Lorca
cuando el rocío derramaba perlas,
en tu rostro de divina armonía.
Un par de aves sombrías son el faro de mis tinieblas
mientras chilla mi dolor en alguna nube casta,
y el fulgor de tus ojos, como dos linternas,
acompañan mi camino al sepulcro.
Derechos reservados.
claudica mi llanto.
El invierno atrapado en las pupilas de la noche,
sopla su melancolía hasta la caverna de la luna
mecida por el cintillo del infinito,
y tú, apoltronada en la bóveda de mi mente
inmutable como dioses incas,
aguijoneas con tersa agonía mis sueños,
de una soledad que no tiene visa a la libertad.
Encima de mi boca descansa
el cáliz del anhelado beso,
la frescura de los azahares que cultivan tu aliento,
la nocturna palidez de las palomas
y el encanto sobrenatural de percibirte
en las luces latinas del amanecer.
Extraño el crespo dorado que era errante en tu frente
el talle elocuente de tu sonrisa,
la elegía primaveral del viento cortejando tus mejillas
y esa gracia tranquila que versaba como Lorca
cuando el rocío derramaba perlas,
en tu rostro de divina armonía.
Un par de aves sombrías son el faro de mis tinieblas
mientras chilla mi dolor en alguna nube casta,
y el fulgor de tus ojos, como dos linternas,
acompañan mi camino al sepulcro.
Derechos reservados.