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Di Cheese

De la mano de mi nieta paseaba yo por la vecindad mientras mi mente volaba.

La naturaleza en la primavera, parece ansiosa por despertar, como un joven que salta de la cama en la mañana, en cuanto recupera la conciencia de existir.

Ayer el pasto era verde y hoy amarillo, el bloom es eso, una verdadera explosión. Cuando veo el campo coloreado por el Diente de León, me viene el recuerdo de Antonieta, mi amiga italiana. La escuché una vez, decir que durante la batalla de Roma, comían sus flores. Yo una vez hice ensalada de Mar Pacífico, así llaman en Cuba a la flor del hibisco. Me supo igual que la lechuga, pero tiene una textura más suave.

La niña se agachó a acariciar una florecilla y me sacó de estas cavilaciones.

-¡Que linda! No debemos cortarla, porque si la arrancamos puede morir.

Me dijo y levantó la carita para fijar en mí sus ojos marrones, en busca de aprobación.

Asentí conmovida.

Creo que le viene de nacimiento ese respeto maravilloso por la naturaleza. No se lo he inculcado yo, pues confieso que recolecto flores silvestres. Ella a menudo debe haberlas observado en un vaso sobre la cómoda de mi cuarto.

Recojo flores, conos de pino, piedrecitas y hojas de otoño, sin embargo no me considero depredadora de la floresta. Es más, tengo un árbol amigo. Al pasar junto a él, le hago una caricia y en silencio pronuncio algunas frases como si se tratara de una oración. Así le declaro:

—Te amo, toma de mí todo aquello que me sobra y de lo cual careces, y dame, por favor, parte de lo que abunda en ti y yo no poseo.

Le pido constancia y calma, a cambio le ofrezco nuevas experiencias y visiones de los espacios que no puede recorrer.

Lo cierto es que cuando estoy con mi nieta aprendo de ella.
Al llegar a casa, mientras compartíamos la merienda, una mosca majadera revoloteaba con descaro sobre mí. La hubiera matado, lo confieso, sin embargo me detuvo la idea del efecto que a la niña podría provocarle esa violencia.

Suavicé de inmediato mis intensiones y con sonrisa forzada dije entre dientes. —Mosquita, te voy a azorar si sigues haciéndome cosquillas que no me gustan.

La pequeña ripostó —Pues a mí no me molesta que me las haga.

—Entonces mosquita, por favor, vete con la niña que a ella le gustas y a mí no —mascullé.

Para mi sorpresa la mosca se fue a posar en el bracito regordete. Los ojitos marrones recorrieron con atención al insecto, que le caminaba por encima y no se iba.
Tan simpático me resultaba que la mosca pareciera entender, que quise conservar un recuerdo.

—Espera, vamos a hacer una foto.

Ella, encantada con la idea, evitando un movimiento brusco que la pudiera espantar se volvió hacia la mosca y con la ingenuidad que solo puede albergar una niña de tres años, le ordenó:

—¡Di cheese!

Aclaración: Cheese es la palabra que usan en inglés para quedar sonrientes en las fotos, significa queso
 

Ángeles 33

Miembro Conocido
De la mano de mi nieta paseaba yo por la vecindad mientras mi mente volaba.

La naturaleza en la primavera, parece ansiosa por despertar, como un joven que salta de la cama en la mañana, en cuanto recupera la conciencia de existir.

Ayer el pasto era verde y hoy amarillo, el bloom es eso, una verdadera explosión. Cuando veo el campo coloreado por el Diente de León, me viene el recuerdo de Antonieta, mi amiga italiana. La escuché una vez, decir que durante la batalla de Roma, comían sus flores. Yo una vez hice ensalada de Mar Pacífico, así llaman en Cuba a la flor del hibisco. Me supo igual que la lechuga, pero tiene una textura más suave.

La niña se agachó a acariciar una florecilla y me sacó de estas cavilaciones.

-¡Que linda! No debemos cortarla, porque si la arrancamos puede morir.

Me dijo y levantó la carita para fijar en mí sus ojos marrones, en busca de aprobación.

Asentí conmovida.

Creo que le viene de nacimiento ese respeto maravilloso por la naturaleza. No se lo he inculcado yo, pues confieso que recolecto flores silvestres. Ella a menudo debe haberlas observado en un vaso sobre la cómoda de mi cuarto.

Recojo flores, conos de pino, piedrecitas y hojas de otoño, sin embargo no me considero depredadora de la floresta. Es más, tengo un árbol amigo. Al pasar junto a él, le hago una caricia y en silencio pronuncio algunas frases como si se tratara de una oración. Así le declaro:

—Te amo, toma de mí todo aquello que me sobra y de lo cual careces, y dame, por favor, parte de lo que abunda en ti y yo no poseo.

Le pido constancia y calma, a cambio le ofrezco nuevas experiencias y visiones de los espacios que no puede recorrer.

Lo cierto es que cuando estoy con mi nieta aprendo de ella.
Al llegar a casa, mientras compartíamos la merienda, una mosca majadera revoloteaba con descaro sobre mí. La hubiera matado, lo confieso, sin embargo me detuvo la idea del efecto que a la niña podría provocarle esa violencia.

Suavicé de inmediato mis intensiones y con sonrisa forzada dije entre dientes. —Mosquita, te voy a azorar si sigues haciéndome cosquillas que no me gustan.

La pequeña ripostó —Pues a mí no me molesta que me las haga.

—Entonces mosquita, por favor, vete con la niña que a ella le gustas y a mí no —mascullé.

Para mi sorpresa la mosca se fue a posar en el bracito regordete. Los ojitos marrones recorrieron con atención al insecto, que le caminaba por encima y no se iba.
Tan simpático me resultaba que la mosca pareciera entender, que quise conservar un recuerdo.

—Espera, vamos a hacer una foto.

Ella, encantada con la idea, evitando un movimiento brusco que la pudiera espantar se volvió hacia la mosca y con la ingenuidad que solo puede albergar una niña de tres años, le ordenó:

—¡Di cheese!

Aclaración: Cheese es la palabra que usan en inglés para quedar sonrientes en las fotos, significa queso
 

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