• Sabías que puedes registrarte o ingresar a tu cuenta directamente desde facebook con el botón de facebook en la parte superior de la página?

"El caricortada"

"El Caricortada"

Capítulo I


La tarde estaba soleada; el cielo azulado, sin nubes a varios kilómetros a la redonda, indicaba ausencia de precipitación pluvial; hacía bastante bochorno debido a ese fenómeno atmosférico; sobre la carretera se producía una fuerte reverberación a consecuencia de los rayos solares que como filamentos luminosos penetraban sin piedad sobre los poros de la vía. Las golondrinas en movimientos zigzagueantes animaban el panorama mientras que los cuervos como adormitados oscurecían las copas de los árboles.
En medio de esa quietud que brindaba la naturaleza como ambrosía exquisita de deleite espiritual y como parte envolvente del escenario, iba caminando una chica, que con la belleza que irradiaba toda su anatomía hacía que ese ambiente fuera como una pintura de Van Gogh. La chica, joven de unos veinte años de edad, tez blanca, ojos de mar cristalino y cabellos de oro, iba vestida con un jean a la moda: dos rotos en la parte anterior de cada pierna dejando ver parte de sus muslos como también unos tatuajes que tenía en cada uno de ellos: en el derecho tenía tatuado un corazón y dentro de él la palabra "La Rubia", que era su remoquete; en el izquierdo tenía tatuado una calavera; asimismo, tenía otros dos rotos en la parte posterior a la altura del comienzo de los dos glúteos, lo que la hacía más llamativa, además de producir toda clase de pensamientos eróticos extremos.
La chica, que llevaba consigo un morral a la espalda, se veía toda ilusionada porque esa tarde se iba a encontrar con su adorado para pasar unas horas inolvidables dentro de los jardines colgantes del más puro y maravilloso manjar del amor, solo era cuestión de tiempo y de que un alma caritativa la transportara unos cuantos kilómetros más adelante del lugar en que se encontraba. Estando en un ensimismamiento total, pensando en los placenteros momentos que le esperaban, no oyó el claxon del automóvil que estaba frente a ella. Era un carro (coche) color púrpura, cuatro puertas, más bien pequeño que brillaba por su total limpieza y pulcritud. Su conductor, un hombre de mediana edad, de aire deportivo, sonrisa agradable, tenía como señal particular una cicatriz en el pómulo derecha debido a un accidente automovilístico, sea eso cierto o no, esa ha sido la historia que él siempre les ha contado a sus amigos. "El Caricortada", como lo llamaban, hacía sonar, de manera insistente, el claxon del automóvil para sacar del embelesamiento en que se encontraba aquella hermosura que tenía al frente.
De un salto brusco, la chica, salió de su encandilamiento aterrizando en la realidad, bajando a la única nave espacial que posee el terrícola pero que la imbecilidad humana se empeña en destruir. Mira con cierta desconfianza al hombre que está dentro del vehículo (el que le hace señas para que se acerque), pero al apreciar esa sonrisa franca y amistosa que se dibujaba en él, su desconfianza se diluyó en el mar de la tranquilidad.
Ella se le acerca y le dice:
-¡Hola!
Él le respondió con la misma fórmula:
-¡Hola!
Acto seguido le pregunta:
-¿Qué hace en esta soledad un divino encanto como tú?
Ella se ruboriza un poco y le contesta:
-Esperando a un caballero para que me transporte al pueblo vecino.
-Ah, a Cuatro Vientos. -Dijo él.
El hombre le hizo un ademán para que se montara, lo que hizo sin pensarlo dos veces; estando ya cómodamente sentada, él le dijo:
-¡Bienvenida a bordo!
-A propósito: ¿Qué significa esa calavera?
-El misterio de la vida, -le respondió.
Así, con esa presentación bastante informal comenzaron el viaje charlando de manera amena y copiosa como si se hubiesen conocido mucho tiempo atrás.


Capítulo II


La casa quedaba a las afueras de Cuatro Vientos, pueblo aledaño al río Magdalena, nombre en honor a la Virgen. Era una mansión campestre rodeada de árboles frutales, cocoteros, palmeras y todo clase de arbustos exóticos. Al frente y dentro del jardín había una hermosa fuente de agua natural que como pozo de la dicha utilizaban los visitantes lanzando, a sus aguas, monedas para que los afortunara en el amor, en el placer y en los negocios. En la parte posterior, de ese ensueño paradisiaco, aparte de un gran campo de golf y de unas espectaculares canchas de tenis: cesped, arcilla, cemento, sintética y de madera, contaba con una gran piscina con acceso a nivel cero, en forma de playa, por un extremo y por el otro extremo, para el acceso a sus aguas profundas, disponía de escaleras y de trampolines.
Entre tanta opulencia y aprovechando las delicias de la tarde se hallaba un joven de color habano, algo alto y delgado, cabellos ensortijados, sonrisa fácil; poseía todos los ingredientes de ser un típico representante de la raza caribeña. Escuchaba su música predilecta: la salsa, y su orquesta preferida: La Universidad musical de la salsa: el Gran Combo de Puerto Rico; se podría decir que el hombre se encontraba en su salsa. Tenía en su mano izquierda una copa de Old Parr, el whisky de sus preferencias; no obstante, de encontrarse en su ambiente y de estar intensamente eufórico por haber fumado una cantidad importante de marihuana, se veía bastante preocupado ya que el amor de su vida, "La Rubia", la de los encantos naturales, la de esos muslos tatuados que había quedado en ir para pasar una tarde inolvidable en ese ambiente inigualable, no aparecía siendo ya las 19:00 horas. Así, entre la música, el alcohol y la marihuana, nuestro personaje, se quedó plácidamente dormido.


Capítulo III


La mañana estaba fresca, la temperatura había descendido considerablemente con relación a la tarde anterior; la neblina, como fenómeno óptico, se incrustaba por todos los intersticios del entorno haciéndolo inquietante a la sensibilidad humana.
Esa concentración natural de partículas densas, reinantes en el ambiente, no permitían dejar ver con facilidad una cabaña, ubicada a orillas del Magdalena, habitada por un labrador con su familia. Como todos los días, el labrador se preparaba para salir a sus trabajos habituales de campo. Su esposa, mujer de belleza primaveral, de espíritu comprensivo y abnegada, le sirve el desayuno consistente en una taza de café negro, un par de tostadas con mermelada, un par de huevos tibios, un vaso con jugo de naranja y una ensalada de frutas; acto seguido, alista a sus dos pequeños hijos para que emprendan, una hora más tarde, el camino para la escuela.
Esa mañana el labrador tenía un presentimiento algo extraño, una rara sensación corría por todo su cuerpo hasta tal punto que le recomendó a su mujer que acompañara a los pequeños hijos a la escuela.
Partió de la cabaña acompañado, como de costumbre, por su amigo fiel: su perro; can especializado en la caza, un eximio olfateador de animales; faena que el hombre mezclaba con las labores de la tierra.
Nuestro labrador en cuestión poseía una finca donde cultivaba el cacao, la palma de coco y árboles frutales. Pero ese día, antes de comenzar su cotidiana labor, debía ir a comprar algunos insumos agrícolas para la sanidad y alimentación de sus cultivos. El pueblo más cercano era Cuatro Vientos, además de tener allí crédito abierto debía pasar por el banco para retirar algo de dinero. Por el camino no se encontró a persona alguna, solo algunas lagartijas, que se le atravesaban por el frente, pájaros en vuelo y el ruido armónico del río, que se asemejaba a melodías de los genios de la música clásica.
Su perro iba adelante atento a cualquier animal que se les cruzara, su fino olfato le permitía oler tanto a animales como a personas a varios centenares de metros. Al entrar a un bosque el perro comenzó a inquietarse y a ladrar insesantemente, comportamiento propio del animal cuando algo ha olfateado, lo que le llamó la atención al labrador, quien le indicó, con un gesto, que cazara a la presunta presa. El perro salió a la disparada y a unos doscientos metros, entre unos matorrales, comenzó a excarbar; el labrador, al llegar al sitio, quedó atónito al ver que el can desenterraba el cadáver de una joven.


Capítulo IV


La morgue estaba ubicada en la parte posterior del hospital general. Era un edificio que presentaba grietas por todas partes como arrugas inevitables del paso inexorable de los años, olvidado todo el conjunto por los gobiernos de turno al que ninguna entidad privada ha querido hacerse cargo por no ser una fuente jugosa en materia económica.
Emblemática construcción del siglo XVIII semi abandonada por desidia gobernamental y en la que deben cohabitar en un pabellón de la edificación los enfermos y en el otro extremo trabajadores del hospital debido a que no tienen donde vivir, además de luchar porque se les reconozca el trabajo de décadas que el sistema no les ha querido reconocer. Estas personas que se ven obligadas a vivir allí, no solo consideran el lugar escalofriante por su arquitectura sino por las múltiples historias de apariciones y fenómenos sobrenaturales que ocurren a diario. El fenómeno más frecuente que ven es el fantasma de una monja que entrega medicamentos a los enfermos, mientras extrañamente duerme todo el personal médico incluyendo, por supuesto, a las enfermeras; pero el lugar donde se siente más actividad es en la morgue por la cantidad de muertes violentas.
En esa situación de tirantez humana, social y paranormal entran a la morgue, en compañía de un grupo de policías, los padres de la chica encontrada muerta en las cercanías de "Cuatro Vientos".
Las causas de la muerte según el médico legista fue de estrangulamiento con un objeto elástico, además de presentar destrozo en la parte posterior del cráneo con un elemento contundente, un bate de béisbol, tal vez, y violación sexual.
Señales particulares que presentaba la occisa: dos tatuajes; en la pierna derecha tenía tatuado un corazón dentro del cual estaba la palabra: "La Rubia", y en la pierna izquierda llevaba tatuada una calavera.
Los padre de la chica ante ese macabro cuadro cayeron fundidos del dolor, angustia e impotencia; lo único que querían en ese momento era que se hiciera justicia. Entonces, el jefe del grupo de policias dirigiéndose a ellos, les dijo:
-¿Tienen ustedes idea de quién pudo comenter semejante barbarie?
Ellos se miraron con una tristeza larga y honda y dijeron casi al unísono:
-¡Su novio!
-¿Sabrían en dónde lo podríamos encontrar? -les interrogó el policía.
-En la casa campestre, en cercanías a "Cuatro Vientos", -le respondieron.
-Entonces, vamos por él, -replicó "El Caricortada".


Sigifredo Silva
 
Última edición:

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
"El Caricortada"

Capítulo I


La tarde estaba soleada; el cielo azulado, sin nubes a varios kilómetros a la redonda, indicaba ausencia de precipitación pluvial; hacía bastante bochorno debido a ese fenómeno atmosférico; sobre la carretera se producía una fuerte reverberación a consecuencia de los rayos solares que como filamentos luminosos penetraban sin piedad sobre los poros de la vía. Las golondrinas en movimientos zigzagueantes animaban el panorama mientras que los cuervos como adormitados oscurecían las copas de los árboles.
En medio de esa quietud que brindaba la naturaleza como ambrosía exquisita de deleite espiritual y como parte envolvente del escenario, iba caminando una chica, que con la belleza que irradiaba toda su anatomía hacía que ese ambiente fuera como una pintura de Van Gogh. La chica, joven de unos veinte años de edad, tez blanca, ojos de mar cristalino y cabellos de oro, iba vestida con un jean a la moda: dos rotos en la parte anterior de cada pierna dejando ver parte de sus muslos como también unos tatuajes que tenía en cada uno de ellos: en el derecho tenía tatuado un corazón y dentro de él la palabra "La Rubia", que era su remoquete; en el izquierdo tenía tatuado una calavera; asimismo, tenía otros dos rotos en la parte posterior a la altura del comienzo de los dos glúteos, lo que la hacía más llamativa, además de producir toda clase de pensamientos eróticos extremos.
La chica, que llevaba consigo un morral a la espalda, se veía toda ilusionada porque esa tarde se iba a encontrar con su adorado para pasar unas horas inolvidables dentro de los jardines colgantes del más puro y maravilloso manjar del amor, solo era cuestión de tiempo y de que un alma caritativa la transportara unos cuantos kilómetros más adelante del lugar en que se encontraba. Estando en un ensimismamiento total, pensando en los placenteros momentos que le esperaban, no oyó el claxon del automóvil que estaba frente a ella. Era un carro (coche) color púrpura, cuatro puertas, más bien pequeño que brillaba por su total limpieza y pulcritud. Su conductor, un hombre de mediana edad, de aire deportivo, sonrisa agradable, tenía como señal particular una cicatriz en el pómulo derecha debido a un accidente automovilístico, sea eso cierto o no, esa ha sido la historia que él siempre les ha contado a sus amigos. "El Caricortada", como lo llamaban, hacía sonar, de manera insistente, el claxon del automóvil para sacar del embelesamiento en que se encontraba aquella hermosura que tenía al frente.
De un salto brusco, la chica, salió de su encandilamiento aterrizando en la realidad, bajando a la única nave espacial que posee el terrícola pero que la imbecilidad humana se empeña en destruir. Mira con cierta desconfianza al hombre que está dentro del vehículo (el que le hace señas para que se acerque), pero al apreciar esa sonrisa franca y amistosa que se dibujaba en él, su desconfianza se diluyó en el mar de la tranquilidad.
Ella se le acerca y le dice:
-¡Hola!
Él le respondió con la misma fórmula:
-¡Hola!
Acto seguido le pregunta:
-¿Qué hace en esta soledad un divino encanto como tú?
Ella se ruboriza un poco y le contesta:
-Esperando a un caballero para que me transporte al pueblo vecino.
-Ah, a Cuatro Vientos. -Dijo él.
El hombre le hizo un ademán para que se montara, lo que hizo sin pensarlo dos veces; estando ya cómodamente sentada, él le dijo:
-¡Bienvenida a bordo!
-A propósito: ¿Qué significa esa calavera?
-El misterio de la vida, -le respondió.
Así, con esa presentación bastante informal comenzaron el viaje charlando de manera amena y copiosa como si se hubiesen conocido mucho tiempo atrás.


Capítulo II


La casa quedaba a las afueras de Cuatro Vientos, pueblo aledaño al río Magdalena, nombre en honor a la Virgen. Era una mansión campestre rodeada de árboles frutales, cocoteros, palmeras y todo clase de arbustos exóticos. Al frente y dentro del jardín había una hermosa fuente de agua natural que como pozo de la dicha utilizaban los visitantes lanzando, a sus aguas, monedas para que los afortunara en el amor, en el placer y en los negocios. En la parte posterior, de ese ensueño paradisiaco, aparte de un gran campo de golf y de unas espectaculares canchas de tenis: cesped, arcilla, cemento, sintética y de madera, contaba con una gran piscina con acceso a nivel cero, en forma de playa, por un extremo y por el otro extremo, para el acceso a sus aguas profundas, disponía de escaleras y de trampolines.
Entre tanta opulencia y aprovechando las delicias de la tarde se hallaba un joven de color habano, algo alto y delgado, cabellos ensortijados, sonrisa fácil; poseía todos los ingredientes de ser un típico representante de la raza caribeña. Escuchaba su música predilecta: la salsa, y su orquesta preferida: La Universidad musical de la salsa: el Gran Combo de Puerto Rico; se podría decir que el hombre se encontraba en su salsa. Tenía en su mano izquierda una copa de Old Parr, el whisky de sus preferencias; no obstante, de encontrarse en su ambiente y de estar intensamente eufórico por haber fumado una cantidad importante de marihuana, se veía bastante preocupado ya que el amor de su vida, "La Rubia", la de los encantos naturales, la de esos muslos tatuados que había quedado en ir para pasar una tarde inolvidable en ese ambiente inigualable, no aparecía siendo ya las 19:00 horas. Así, entre la música, el alcohol y la marihuana, nuestro personaje, se quedó plácidamente dormido.


Capítulo III


La mañana estaba fresca, la temperatura había descendido considerablemente con relación a la tarde anterior; la neblina, como fenómeno óptico, se incrustaba por todos los intersticios del entorno haciéndolo inquietante a la sensibilidad humana.
Esa concentración natural de partículas densas, reinantes en el ambiente, no permitían dejar ver con facilidad una cabaña, ubicada a orillas del Magdalena, habitada por un labrador con su familia. Como todos los días, el labrador se preparaba para salir a sus trabajos habituales de campo. Su esposa, mujer de belleza primaveral, de espíritu comprensivo y abnegada, le sirve el desayuno consistente en una taza de café negro, un par de tostadas con mermelada, un par de huevos tibios, un vaso con jugo de naranja y una ensalada de frutas; acto seguido, alista a sus dos pequeños hijos para que emprendan, una hora más tarde, el camino para la escuela.
Esa mañana el labrador tenía un presentimiento algo extraño, una rara sensación corría por todo su cuerpo hasta tal punto que le recomendó a su mujer que acompañara a los pequeños hijos a la escuela.
Partió de la cabaña acompañado, como de costumbre, por su amigo fiel: su perro; can especializado en la caza, un eximio olfateador de animales; faena que el hombre mezclaba con las labores de la tierra.
Nuestro labrador en cuestión poseía una finca donde cultivaba el cacao, la palma de coco y árboles frutales. Pero ese día, antes de comenzar su cotidiana labor, debía ir a comprar algunos insumos agrícolas para la sanidad y alimentación de sus cultivos. El pueblo más cercano era Cuatro Vientos, además de tener allí crédito abierto debía pasar por el banco para retirar algo de dinero. Por el camino no se encontró a persona alguna, solo algunas lagartijas, que se le atravesaban por el frente, pájaros en vuelo y el ruido armónico del río, que se asemejaba a melodías de los genios de la música clásica.
Su perro iba adelante atento a cualquier animal que se les cruzara, su fino olfato le permitía oler tanto a animales como a personas a varios centenares de metros. Al entrar a un bosque el perro comenzó a inquietarse y a ladrar insesantemente, comportamiento propio del animal cuando algo ha olfateado, lo que le llamó la atención al labrador, quien le indicó, con un gesto, que cazara a la presunta presa. El perro salió a la disparada y a unos doscientos metros, entre unos matorrales, comenzó a excarbar; el labrador, al llegar al sitio, quedó atónito al ver que el can desenterraba el cadáver de una joven.


Capítulo IV


La morgue estaba ubicada en la parte posterior del hospital general. Era un edificio que presentaba grietas por todas partes como arrugas inevitables del paso inexorable de los años, olvidado todo el conjunto por los gobiernos de turno al que ninguna entidad privada ha querido hacerse cargo por no ser una fuente jugosa en materia económica.
Emblemática construcción del siglo XVIII semi abandonada por desidia gobernamental y en la que deben cohabitar en un pabellón de la edificación los enfermos y en el otro extremo trabajadores del hospital debido a que no tienen donde vivir, además de luchar porque se les reconozca el trabajo de décadas que el sistema no les ha querido reconocer. Estas personas que se ven obligadas a vivir allí, no solo consideran el lugar escalofriante por su arquitectura sino por las múltiples historias de apariciones y fenómenos sobrenaturales que ocurren a diario. El fenómeno más frecuente que ven es el fantasma de una monja que entrega medicamentos a los enfermos, mientras extrañamente duerme todo el personal médico incluyendo, por supuesto, a las enfermeras; pero el lugar donde se siente más actividad es en la morgue por la cantidad de muertes violentas.
En esa situación de tirantez humana, social y paranormal entran a la morgue, en compañía de un grupo de policías, los padres de la chica encontrada muerta en las cercanías de "Cuatro Vientos".
Las causas de la muerte según el médico legista fue de estrangulamiento con un objeto elástico, además de presentar destrozo en la parte posterior del cráneo con un elemento contundente, un bate de béisbol, tal vez, y violación sexual.
Señales particulares que presentaba la occisa: dos tatuajes; en la pierna derecha tenía tatuado un corazón dentro del cual estaba la palabra: "La Rubia", y en la pierna izquierda llevaba tatuada una calavera.
Los padre de la chica ante ese macabro cuadro cayeron fundidos del dolor, angustia e impotencia; lo único que querían en ese momento era que se hiciera justicia. Entonces, el jefe del grupo de policias dirigiéndose a ellos, les dijo:
-¿Tienen ustedes idea de quién pudo comenter semejante barbarie?
Ellos se miraron con una tristeza larga y honda y dijeron casi al unísono:
-¡Su novio!
-¿Sabrían en dónde lo podríamos encontrar? -les interrogó el policía.
-En la casa campestre, en cercanías a "Cuatro Vientos", -le respondieron.
-Entonces, vamos por él, -replicó "El Caricortada".


Sigifredo Silva

Que buen relato Sigifredo atrapante y el final muy sorprendente,ya no se puede subir en el auto de nadie en estos días jajjaja me encanto es un relato que esta muy bien llevado va enganchando en la lectura para sorprenderse con el final revelador,felicitaciones,un gusto leerte,gracias por compartir,un beso grande
 
Que buen relato Sigifredo atrapante y el final muy sorprendente,ya no se puede subir en el auto de nadie en estos días jajjaja me encanto es un relato que esta muy bien llevado va enganchando en la lectura para sorprenderse con el final revelador,felicitaciones,un gusto leerte,gracias por compartir,un beso grande

Gracias Sandra por haber pasado y comentado este trabajo; me alegra que te haya gustado.

Sigifredo
 

RADIO EN VIVO

Donar

Versos Compartidos en Facebook

Arriba