Jorge Toro
Miembro Conocido
Ella era perfecta, única en mi vida,
razón y motivo de toda alegría,
era toda espléndida, toda fantasía,
discreta, sensual, dulce y consentida.
Era su palabra música del cielo,
suave, picaresca, viva, juguetona,
esa que consiente, censura o perdona,
pero habla de frente, libre de recelo.
La luz de sus ojos era vida pura,
su boca panal de exquisita miel,
un trigal dorado su perfecta piel,
y de ángel del cielo su grácil figura.
De su boca ardiente siempre andaba preso,
de su andar sinuoso con cabello al viento,
de su amplia sonrisa del más fresco aliento,
y de esa mirada de guiño travieso.
Era su actitud dulce y protectora,
de brazos abiertos siempre cariñosos,
su tibio regazo pronto a mis reposos,
y una inagotable entrega hora a hora.
Llevaba su boca la más fresca menta,
sus gráciles dedos el ansiado roce,
sus picantes manos, infinito goce,
su fogoso beso, bella muerte lenta.
Era franca, altiva, fuerte y decidida,
vertical, directa, siempre insobornable,
de principios claros y palabra fiable,
toda una mujer hecha a mi medida.
Llenaba en mi vida todos los instantes,
con nimios detalles, pulcros, naturales,
palabras peritas, besos especiales,
versos a mi oído y ojos insinuantes.
A la hora del sexo siempre era mi dueña,
ambos entregando el alma en cada acto,
los dos excitados al simple contacto;
yo fuego candente y ella ardiente leña.
Siempre nos tomábamos con loco placer,
pechos galopantes, brazos muy unidos,
las bocas hambrientas, lúbricos gemidos,
éxtasis sin fin, hasta enloquecer.
Luego la abrigaba, metida en mis brazos,
pegada a mi pecho, las piernas trenzadas,
en largos silencios de horas encantadas,
besos en su frente y tenues abrazos.
Ella era perfecta, nunca comparable,
era mi respiro y yo era su vida,
nunca un desacuerdo, jamás una herida,
era amor sincero, perfecto y estable…
Ella fue tan mía y a su vez virtuosa
que cuando la muerte me llevó acuciosa,
se apagó también, gélida y hermosa,
juntos ella y yo, en única fosa.
Al final de cuentas tan genial belleza
apenas vivía en mi “ ida” cabeza.
razón y motivo de toda alegría,
era toda espléndida, toda fantasía,
discreta, sensual, dulce y consentida.
Era su palabra música del cielo,
suave, picaresca, viva, juguetona,
esa que consiente, censura o perdona,
pero habla de frente, libre de recelo.
La luz de sus ojos era vida pura,
su boca panal de exquisita miel,
un trigal dorado su perfecta piel,
y de ángel del cielo su grácil figura.
De su boca ardiente siempre andaba preso,
de su andar sinuoso con cabello al viento,
de su amplia sonrisa del más fresco aliento,
y de esa mirada de guiño travieso.
Era su actitud dulce y protectora,
de brazos abiertos siempre cariñosos,
su tibio regazo pronto a mis reposos,
y una inagotable entrega hora a hora.
Llevaba su boca la más fresca menta,
sus gráciles dedos el ansiado roce,
sus picantes manos, infinito goce,
su fogoso beso, bella muerte lenta.
Era franca, altiva, fuerte y decidida,
vertical, directa, siempre insobornable,
de principios claros y palabra fiable,
toda una mujer hecha a mi medida.
Llenaba en mi vida todos los instantes,
con nimios detalles, pulcros, naturales,
palabras peritas, besos especiales,
versos a mi oído y ojos insinuantes.
A la hora del sexo siempre era mi dueña,
ambos entregando el alma en cada acto,
los dos excitados al simple contacto;
yo fuego candente y ella ardiente leña.
Siempre nos tomábamos con loco placer,
pechos galopantes, brazos muy unidos,
las bocas hambrientas, lúbricos gemidos,
éxtasis sin fin, hasta enloquecer.
Luego la abrigaba, metida en mis brazos,
pegada a mi pecho, las piernas trenzadas,
en largos silencios de horas encantadas,
besos en su frente y tenues abrazos.
Ella era perfecta, nunca comparable,
era mi respiro y yo era su vida,
nunca un desacuerdo, jamás una herida,
era amor sincero, perfecto y estable…
Ella fue tan mía y a su vez virtuosa
que cuando la muerte me llevó acuciosa,
se apagó también, gélida y hermosa,
juntos ella y yo, en única fosa.
Al final de cuentas tan genial belleza
apenas vivía en mi “ ida” cabeza.