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La Confesión

Carlos Estrada

Miembro Conocido
“El amor es un humo hecho con el vapor de los suspiros”
William Shakespeare

La Confesión

Muere otra tarde apacible,
herida fue por la daga
filosa de las tinieblas
de la noche ya cercana.
Es tiempo de confidencias,
deshecha está la coraza
del día cuando desteje
su urdimbre de hilos de plata.

El crepúsculo y su estela
roja y púrpura se marchan
y penden del firmamento
tenues brillos como alhajas
y se agita en torbellinos
un enjambre de alabanzas
y el silencio es el propicio
para relatos y charlas.

Mientras de ébano azabache
la penumbra se disfraza
en estas horas serenas
un hijo y su madre se hablan
pero él luce ensimismado
cual si del aire colgara
y parco, apenas platica
y atiende de mala gana.

Está absorto en pensamientos
que no conducen a nada,
se esfuerza en saber qué siente
en sus profundas entrañas,
lo invade una gran zozobra
como si algo le faltara
y nombrar no sabe aquello
que en su ser vive y se agranda.

La madre pronto lo advierte,
la faz del hijo repara,
se inquieta y fruncido el ceño
al fin le inquiere intrigada:
—¿Por qué te veo abstraído,
cuál sombra tu mente empaña
que estando aquí estás tan lejos,
quieres contarle a tu mama?

Él se resiste un buen rato,
vacila en abrir las arcas
donde guarda los secretos
y los misterios de su alma.
Luego rompe su silencio
viendo a la madre que aguarda
y procurando consejos
le dice en estas palabras:

—Ay, madre, cuánto quisiera
librarme de dudas vanas
pero me siento extraviado
y no sé lo que me pasa.
Te juro, por más que pienso
no tengo idea y me alarma
que tamaña incertidumbre
me produzca una muchacha.

Cuando ella no está conmigo
las horas lentas se arrastran
y a mi fe cubre el hastío
con su añil manto de escarcha.
Dime tú, madre querida,
ya que estamos en confianza:
¿Será que me he vuelto loco,
que tengo ideas insanas?

Ella lo observa y sonríe
condescendiente y declara:
—¡Claro, debí suponerlo,
mira, no digas bobadas!
Desde el comienzo del mundo
y hasta el final, si se acaba,
eso es capricho, hijo mío,
capricho, cosa que pasa.

Pero él niega en desacuerdo
con tal sentencia mundana:
—¡Ah, madre, sé que no es eso,
qué capricho, ni ocho cuartas!
Solo pensarla trastorna,
imagínate el besarla,
acariciar sus cabellos,
recorrer su piel dorada.

Tan solo el rozar sus manos
enciende fuegos en mi alma;
me incita a estrechar su frágil
cuerpo núbil de muchacha.
Siento el olor de su pelo
que huele a tierra mojada
y se me encabrita el pecho,
mi instinto clama entre llamas.

—¡Vaya un Don Juan! ¡quién diría!
(de asombro, la madre exclama).
Creo entender que te duele
la soledad en tu cama.
Parece un caso resuelto,
si la razón no me engaña
eso es deseo, hijo mío,
lujuria, cosa que pasa.

—De nuevo madre, discrepo
(replica el joven y trata
de ocultar mal su disgusto
por la afirmación errada).
Yo había pensado en ello,
no te lo niego, me encanta
la idea de hacerla mía
su vez primera, en mi cama.

Mas, si esa fue en un principio
mi intención disimulada,
al conocer su alma linda
todo cambió… ¡cosa rara!
Quise el sol de su sonrisa,
verme en su verde mirada
y habitar en sus ensueños,
su mente hacer mi morada.

La madre enarca las cejas
murmurando: —¡Vaya, vaya!
si es así como me cuentas
mis puntos de vista afianzas.
Son solo sueños baldíos,
ideas descabelladas,
vana ilusión, hijo mío,
ilusión, cosa que pasa.

No se convence el porfiado
y raudo vuelve a la carga:
—Mil veces me he ilusionado,
fueron tantas veces, tantas
como las desilusiones
que les siguieron sin falta
pero nunca me ha asaltado
esta emoción que a ella me ata.

Y es que a deshoras la sueño,
conmigo va donde vaya,
su voz vive en mis oídos,
su risa, madre, me embriaga.
Dime, autora de mis días,
¿cómo hacer para olvidarla?
se me ha metido muy dentro
y no sé cómo sacarla.

—Ciertamente, hijo, te digo
que ya estoy peinando canas
y no pensé que te oiría
pronunciar tales palabras.
Mas, no te aferres, muchacho
y esquiva a tiempo sus trampas.
Es obsesión, hijo mío,
obsesión, cosa que pasa.

—¡Cuánto quisiera creerte
madre mía, mi buena aya!
y aprender de tu experiencia
y grabar tus enseñanzas.
Pero algo en mí se resiste
a admitir que he de alejarla
pues ella me corresponde
y nadie se le compara.

Ella ha sembrado y germina
en mi pecho una amalgama
de sentimientos divinos
y sensaciones extrañas.
Ya no concibo la vida
si ella no está en mis mañanas
y temo vagar perdido
sin su luz que es la del alba.

Se hace un escaso silencio,
la madre está consternada:
—Veo este asunto más serio,
más de lo que yo pensaba.
Sin embargo, un buen remedio
será tomarlo con calma,
solo es pasión, hijo mío
y aun la pasión, también pasa.

—¿Y cómo la olvido, madre,
cómo evitar el pensarla,
cómo borro de mis ojos
las olas de su mirada,
cómo destierro su imagen,
cómo la arranco de mi alma,
cómo esfumo del recuerdo
besos y caricias tantas?

Pretender, madre, ese olvido
es querer volar sin alas,
querer atrapar el viento,
querer al agua domarla.
No podría estar sin ella,
soy su esclavo, ya ella es mi ama
o tal vez mi alma gemela,
quizá mi media naranja.

Grave está el rostro materno,
cuánto más, cuando no alcanza
a emitir un juicio exacto
de lo que al hijo le pasa.
Se sumerge en su pasado
y evoca memorias mansas
y abre arcones de secretos
y halla nostalgias lejanas.

Recuerda su adolescencia,
su juventud tan lozana;
las sensaciones vividas
con las del hijo compara.
Súbitamente le mira,
hay fulgor en su mirada:
—Es el amor, hijo mío,
es amor de pura raza.

La confesión que he escuchado
de tus propios labios, basta.
Hijo, estás enamorado,
pobre de ti si malgastas
tu tiempo, haciendo la guerra
al dios Amor, pues te mata
con sus punzantes saetas
que harán destrozos en tu alma.

No hay regalo más preciado,
no hay bendición más ansiada
que el amor que es ofrendado
y es recibido con ganas.
Así que el miedo hazlo a un lado,
lucha y derriba murallas,
defiende lo que has logrado:
el amor de esa muchacha.

Y deja allí al joven solo,
sosegado y sin palabras;
desbaratadas sus dudas
tiene la paz que buscaba.
Él ve entonces que su historia
bien merece ser contada,
ordena sus pensamientos
y empieza a escribir con calma…

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Última edición:

José Luis Blázquez

JURADO - MODERADOR de los Foros de Poética Clásica
Precioso romance, donde se relata ese diálogo entre madre e hijo para aclarar las dudas que siempre genera ese primer amor. Una nueva maravilla, a las que ya nos tienes acostumbrados.

Un abrazo.
 

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