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Mi historia navideña - Mi caballito

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En el pueblo de Almadén, provincia de Ciudad Real, España, cuando yo era niño la Navidad ya era la fiesta más importante del año.
Toda la familia sin excepciones, se reunía alrededor de la misma mesa de la casa, para recordar esa efeméride tan importante como era celebrar el Nacimiento del Niño Jesús.
Las madres y las hermanas de cada casa se habían encargado de preparar las mejores viandas posibles, que no eran muchas porque en España hacía solo unos años que había acabado nuestra guerra civil y como se dice vulgarmente, los que habíamos perdido la guerra éramos más pobres que las ratas.
Pero siempre salíamos adelante porque nuestros padres se esforzaban y sacrificaban por todos sus hijos hasta extremos insospechados.
O bien pidiendo los alimentos en alguna tienda de confianza, con la promesa de pagarlos lo antes posible o bien cuando llegara la recogida de la cosecha el verano siguiente.
Y otras veces, por aportaciones de alimentos de los amigos más cercanos que si tenían dinero.
Fueron tiempos duros aquellos, que yo no recuerdo al detalle, pero por lo que comentaban mis padres, a duras penas consiguieron sacarnos adelante con mucho esfuerzo y sacrificio.
Las familias que si tenían posibilidades económicas, unos días antes de la fecha de Navidad, celebraban la matanza del cerdo, y con todos los alimentos que durante aquellos días de matanza elaboraban, tenían suficiente para los próximos meses para toda su familia.
Recuerdo que se hacían procesiones religiosas por las calles del pueblo, y a los acordes de la banda de música municipal, en un ambiente muy religioso todos los feligreses en fila india, iban detrás de cada uno de los pasos que las celebraciones de la liturgia de la Iglesia Católica, respetando rigurosamente las Normas que entonces se seguían en ellas como culto ritual.
No recuerdo si se hacían regalos a los niños en las fechas de Navidad, aunque creo que solo se celebraba en aquella época la Festividad de los Reyes Magos de Oriente.
Un año, cuando yo tendría alrededor de seis, los Reyes Magos me trajeron un caballito muy bonito que tenía bajo sus patas una plataforma curvada que permitía subirse al caballo y balancearse galopando rápido y veloz a lomos de la imaginación, por las praderas lejanas en busca de aventuras, simulando al Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
¡Qué feliz me hizo aquel regalo de los Reyes Magos! aunque me duró muy poco la alegría.
Pues quiso la mala suerte que aquella noche lloviera copiosamente y como el caballito se quedó en la calle, acabó empapado y cuando el cartón se ablandó, el caballito se desmoronó junto con mis ilusiones de aventurero.
Creo que fue la primera decepción que me dio la vida y jamás lo olvidé.
En mi memoria sigue intacto aquel ambiente de felicidad familiar que viví durante todos los años de mi vida, con mis hermanos y mis padres cuando aún estaban con nosotros y con mi familia, mis hijos y mis nietos desde que los abuelos se fueron al cielo.
Por eso tiene también la Navidad momentos de tristeza y recogimiento, porque no es posible olvidar a los seres entrañables tan queridos, que ahora y por ley natural de la vida, ya están ausentes.


Antonio Jurado (España)
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