Francisco Rubén Jorquera
Miembro Conocido
Reflexión con la imagen en mi espejo
Siempre ha estado su mano fuerte de hembra,
esa fresca, ligera y compasiva,
siempre amando de tal manera viva,
casi hermana o tu amiga allá en la siembra.
Siempre ofrece sus hombros femeninos,
dando el dócil refugio de su aliento,
reposando en su apoyo tu tormento,
cobijando tus sueños y caminos.
Siempre está la mirada en tu mujer,
para ver el dolor de tu desierto,
no del todo, quizás un poco es cierto,
pero puede mirar y así saber.
Más, existe en su mano compañera,
dulce aceite que calma y reconforta,
dando seña a tu rumbo va y te exhorta,
o en tu sino casual que compartiera.
Y perdura su espalda femenina,
no se sabe por qué razón eterna,
no tan solo de noche te gobierna,
ella siempre lo sabe y te fascina.
Más aquí, su mirada delicada,
siempre va conservando triste el vaso
y sus ojos albergan sin retraso,
tanto amor, la conciencia de la nada.
Vives a tu pesar, ya ni esa mano,
ni sus ojos o espaldas, no te bastan,
su mirada y sus hombros se desgastan,
¡tú, traidor!, del infiel amor en vano.
Viene aquí, llegará tu recompensa:
¡Vil Traidor! — que a tu entraña inunde el drama
¡Cruel Traidor! — que te rompa el pie una rama,
¡Hiel Traidor! — que la nieve llegue inmensa.
Corres, sufres, y estás tan solo en culpa,
no te perdonarás jamás, y sientes…
Solo quedan sus manos transparentes,
más tu insulto perverso aún disculpa.
Solo su hombro cansado te perdona,
volverá a disculparte en su tristeza,
y su mano de nuevo te endereza,
cuando incluso la infamia te condona.
Autor: Francisco Jorquera
Siempre ha estado su mano fuerte de hembra,
esa fresca, ligera y compasiva,
siempre amando de tal manera viva,
casi hermana o tu amiga allá en la siembra.
Siempre ofrece sus hombros femeninos,
dando el dócil refugio de su aliento,
reposando en su apoyo tu tormento,
cobijando tus sueños y caminos.
Siempre está la mirada en tu mujer,
para ver el dolor de tu desierto,
no del todo, quizás un poco es cierto,
pero puede mirar y así saber.
Más, existe en su mano compañera,
dulce aceite que calma y reconforta,
dando seña a tu rumbo va y te exhorta,
o en tu sino casual que compartiera.
Y perdura su espalda femenina,
no se sabe por qué razón eterna,
no tan solo de noche te gobierna,
ella siempre lo sabe y te fascina.
Más aquí, su mirada delicada,
siempre va conservando triste el vaso
y sus ojos albergan sin retraso,
tanto amor, la conciencia de la nada.
Vives a tu pesar, ya ni esa mano,
ni sus ojos o espaldas, no te bastan,
su mirada y sus hombros se desgastan,
¡tú, traidor!, del infiel amor en vano.
Viene aquí, llegará tu recompensa:
¡Vil Traidor! — que a tu entraña inunde el drama
¡Cruel Traidor! — que te rompa el pie una rama,
¡Hiel Traidor! — que la nieve llegue inmensa.
Corres, sufres, y estás tan solo en culpa,
no te perdonarás jamás, y sientes…
Solo quedan sus manos transparentes,
más tu insulto perverso aún disculpa.
Solo su hombro cansado te perdona,
volverá a disculparte en su tristeza,
y su mano de nuevo te endereza,
cuando incluso la infamia te condona.
Autor: Francisco Jorquera
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