Francisco Escobar Bravo
Miembro Conocido
Digan lo que digan y por mucho que haya avanzado la Medicina y sobre todo algunas de sus especialidades, como por ejemplo la Anestesiología, no cabe duda de que la anestesia es un asunto peliagudo ya que dejas tu vida en manos de una persona a la que no conoces de nada y a la que seguramente no volverás a ver nunca más.
Tanto para ella como para el cirujano que va a intervenirte, - al cual tampoco sueles haber visto porque en la mayoría de las veces no es el especialista que te ha tratado y ha aconsejado la operación - sin duda dos profesionales como la copa de un pino, no pasas de ser un cuerpo humano sobre el que van a trabajar. – Un cuello corto, problemático. -. Informó el cirujano a la doctora que me iba a dormir en la tarde de ayer. Y ella le respondió, o tal vez me lo dijo a mí: - Tranquilo, lo trataré lo mejor posible Ya veré cómo me las apaño. -.
Y aparte de escuchar a alguien preguntar a otro cómo le había ido en sus vacaciones en Cádiz ya no me enteré de más.
De repente me despertaron y me dijeron que habían concluido, me llevaron a otra sala y allí me tuvieron durante una media hora con un tensiómetro en mi brazo derecho que funcionaba cada pocos minutos y un gotero en el izquierdo. Pregunté, con una voz apenas audible, cuánto tiempo había estado dormido y me contestaron que aproximadamente sobre una hora.
¿Dónde estuve durante esos sesenta minutos, más o menos, en los que no soñé absolutamente nada? Ni idea, pero sin duda en unas buenas manos que en todo momento estuvieron pendientes de mis constantes vitales aunque al entubarme o desentubarme me partieran un diente. Seguirían hablando de sus vacaciones o de lo que les viniera en gana o guardarían silencio, no puedo decir ni una cosa ni la otra.
Mi temor a la anestesia, ya me han sumido en ese sopor inducido cuatro veces a lo largo de mi vida, - la primera a los 8 años con aquel asqueroso éter que luego tardabas días en devolver totalmente -, proviene principalmente en que en el año 1975 la viuda de un primo hermano mío fue sometida a ella para una operación al parecer sencillísima y todavía sigue durmiendo el sueño eterno. Comprendo perfectamente que en 45 años la técnica farmacológica haya avanzado mucho, al igual que ha ocurrido en todos los campos, pero tengo entendido que sigue habiendo un porcentaje - cada vez más mínimo, sí - de fallecidos por causas que los mismos anestesistas desconocen. Y eso, quieras o no quieras y salvo que estés ya muy acostumbrado, asusta al más pintado.
La pregunta clave consiste en: ¿Dónde estuve durante aquel tiempo? Mi cuerpo en la camilla de operaciones, eso lo tengo muy claro. ¿Pero y mi mente?
Me gustaría que alguien me la respondiera, si es que supiese hacerlo. ¿En las Manos de Dios? ¡Eso, por supuesto!
Hasta pronto y esperemos que les hable de temas más simpáticos y más poéticos.
Tanto para ella como para el cirujano que va a intervenirte, - al cual tampoco sueles haber visto porque en la mayoría de las veces no es el especialista que te ha tratado y ha aconsejado la operación - sin duda dos profesionales como la copa de un pino, no pasas de ser un cuerpo humano sobre el que van a trabajar. – Un cuello corto, problemático. -. Informó el cirujano a la doctora que me iba a dormir en la tarde de ayer. Y ella le respondió, o tal vez me lo dijo a mí: - Tranquilo, lo trataré lo mejor posible Ya veré cómo me las apaño. -.
Y aparte de escuchar a alguien preguntar a otro cómo le había ido en sus vacaciones en Cádiz ya no me enteré de más.
De repente me despertaron y me dijeron que habían concluido, me llevaron a otra sala y allí me tuvieron durante una media hora con un tensiómetro en mi brazo derecho que funcionaba cada pocos minutos y un gotero en el izquierdo. Pregunté, con una voz apenas audible, cuánto tiempo había estado dormido y me contestaron que aproximadamente sobre una hora.
¿Dónde estuve durante esos sesenta minutos, más o menos, en los que no soñé absolutamente nada? Ni idea, pero sin duda en unas buenas manos que en todo momento estuvieron pendientes de mis constantes vitales aunque al entubarme o desentubarme me partieran un diente. Seguirían hablando de sus vacaciones o de lo que les viniera en gana o guardarían silencio, no puedo decir ni una cosa ni la otra.
Mi temor a la anestesia, ya me han sumido en ese sopor inducido cuatro veces a lo largo de mi vida, - la primera a los 8 años con aquel asqueroso éter que luego tardabas días en devolver totalmente -, proviene principalmente en que en el año 1975 la viuda de un primo hermano mío fue sometida a ella para una operación al parecer sencillísima y todavía sigue durmiendo el sueño eterno. Comprendo perfectamente que en 45 años la técnica farmacológica haya avanzado mucho, al igual que ha ocurrido en todos los campos, pero tengo entendido que sigue habiendo un porcentaje - cada vez más mínimo, sí - de fallecidos por causas que los mismos anestesistas desconocen. Y eso, quieras o no quieras y salvo que estés ya muy acostumbrado, asusta al más pintado.
La pregunta clave consiste en: ¿Dónde estuve durante aquel tiempo? Mi cuerpo en la camilla de operaciones, eso lo tengo muy claro. ¿Pero y mi mente?
Me gustaría que alguien me la respondiera, si es que supiese hacerlo. ¿En las Manos de Dios? ¡Eso, por supuesto!
Hasta pronto y esperemos que les hable de temas más simpáticos y más poéticos.
