Sigifredo Silva
Miembro Conocido
Castigo
Capítulo I
Un sábado en las horas de la tarde de un mes de julio, en pleno verano, que el sol brillaba intensamente, que el día era sofocante con una temperatura de unos 35 grados bajo la sombra, que las calles se encontraban llenas de gente que caminaba por todas las direcciones, que los carros (autos) pasaban sin cesar, que el ruido era ensordecedor, se encontraba James Dupont en el fondo de un bar, en el Flon, al lado del metro de Lausanne. James Dupont, hombre de unos 25 años de edad, soltero, de 1.85 m. de estatura, delgado, con bíceps y tríceps prominentes, con una buena caja torácica, todo eso producto del constante ejercicio que hacía en el gimnasio, tenía la fama de ser un mujeriego empedernido, de un "Don Juan" incorregible, a tal punto que a su edad ya había conquistado a una treintena de bellas chicas que caían amorosas a sus pies.
Olvidaba decir que James Dupont era un experto en la guitarra, era un don natural que poseía, eso lo hacía más atractivo y mucho más arrogante.
Al finalizar la tarde del sábado en mención James Dupont, que sus amigos llamaban "El Irresistible", salió del bar en compañía de tres hermosas damiselas. Los cuatro se subieron a un "Ferrari" que "El Irresistible" se había ganado unos días atrás jugando poker en uno de los casino del principado de Mónaco. El carro era deportivo, electrónico y totalmente aerodinámico, con un sistema central sistematizado que le permitía detectar obstáculos a la distancia corrigiendo automáticamente su dirección o elevándose por encima de ellos. Los cuatro personajes tomaron rumbo al Estadio Olímpico de Lausanne ya que esa tarde jugaba el Lausanne Sport contra el Real Madrid.
El estadio estaba literalmente lleno, habían alrededor de unos 100.000 espectadores, entre los que se encontraba James Dupont y su precioso ramillete de amigas. La multitud estaba alborotada; se oían pitos, tambores; se escuchaba toda clase de música: metal, reggaeton, champeta, pop, blues, reggae, rap, salsa, merengue y hasta la famosa cumbia colombiana. James Dupont y sus tres encantadoras damiselas reían, cantaban, bailaban gritaban, bebían; estaban en su ambiente. Estando en esa mundo de fantasía, de alegría y de esparcimiento espiritual y físico, se oyó, de repente, un ruido sordo, duro, intenso: una parte de la tribuna preferencial se desplomó. El panorama cambió radicalmente; la gente en su desesperación saltaba por encima de los escombros pisoteándose entre sí; unos lloraban, otros gritaban, otros le imploraban al Señor, algunos se alcanzaron a arrepentir de sus pecados antes de morir.
Entre los heridos transportados al hospital se encontraba James Dupont quien en estado de coma profundo, a consecuencia de las múltiples heridas, murió horas más tarde a pesar de los máximos esfuerzos hechos por los galenos del centro hospitalario.
Capítulo II
El corredor se encontraba impecablemente limpio donde reinaba la tranquilidad y la armonía; a lo largo del pasillo se escuchaba una música que invitaba a la meditación; eran notas de Bethoveen, de Mozart, de Vivaldi, de todos esos genios de la música; además, el lugar estaba adornado con cuadros de Picasso, Velázquez, Goya, Van Gogh, Monet, Dalí, Da Vinci, Rembrandt y Ronoir; a cada lado del corredor habían esculturas de Miguel Ángel, de Rodin, de Bernini y de Fernando Botero.
En medio de aquella exquisitez y como disfrutando del momento se encontraba James Dupont quien esperaba con tiquete en mano, (tiquete que había tomado de la máquina que estaba ubicada a la entrada del corredor), su turno para hablar con el supremo jerarca del lugar.
Unas horas más tarde, James Dupont escucha de una dulce y angelical voz el número de su tiquete, diciéndole a la vez que caminara hasta el final del corredor. James Dupont algo temeroso y con pasos inseguros se dirige hasta el final del pasillo donde sorpresivamente se abre una puerta, la voz la dice: -Entra.
En el interior hay dos sillas, una a cada lado de un escritorio sencillo, más bien pequeño, sobre el que hay una pantalla de televisión y un ordenador (computador). James Dupont siente la presencia de algo o de alguien que está en la parte opuesta del escritorio pero no lo alcanza a ver, no se hace visible al ojo humano; él supone que está en presencia de un ser de luz, de un ser purísimo, presumiblemente el mismo Dios, pero no lo ve, ni ese ente se identifica, solo lo invita a sentarse y le dice: -¿Sabes por qué te encuentras en este lugar? -Él responde: Ni idea. -Porque tu alma ha comenzado a hacer ese viaje para saber en donde va a habitar hasta una nueva reencarnación, -le respondió la voz.
-Cómo así, ¿acaso es que estoy muerto?, -le preguntó James Dupont.
-Sí, más frío que esquimal en invierno, -respondió la voz con tinte algo jocoso.
-Pero para tu desgracia, -siguió hablándole ese ser, no te veo en esta lista por lo que debes ir a un nivel más bajo.
-¿Y cómo se llama ese nivel?
La voz le dijo: -El Purgatorio, administrado por San Pedro.
El Purgatorio era un sitio algo sombrío y un poco sucio; las cucarachas, como en esos hospitales de caridad que existen en la tierra, deambulaban a sus anchas. San Pedro al ver a nuestro personaje que estaba haciendo cola para la entrevista, le dice de manera cordial:
-Amigo, no pierda su tiempo aquí ya que usted no se encuentra en lista. Vaya al infierno.
James Dupont, continúa su tortuoso peregrinaje llegando al último recinto que le queda por recorrer: el infierno.
El sitio totalmente sucio con temperaturas caniculares, sin árboles para refrescarse, ni agua para calmar la sed; era un panorama desolador y oscuro en donde se apreciaban cuadro de Hitler, de Mussolini, de Francisco franco y de Álvaro Uribe Vélez. El diablo al ver a James Dupont le dijo:
-Tu nombre lo tengo en mi lista, pero está en la lista de espera.
-¿Qué debo hacer?, -le preguntó, inquietante, James Dupont.
Éste respondió: -No lo sé ya que tu situación es bastante complicada.
-Voy a enviarle un whatsapp a San Pedro para encontrale una solución a tu caso, espera un momento.
Al cabo de unos minutos el diablo llega con una solución definitiva; el diablo le dice:
-San Pedro y yo hemos acordado lo siguiente: regresarás a la tierra, pero como allá tú te has burlado de muchas mujeres tendrás que pagar por ello, por lo que tendrás que cumplir con una penitencia, en caso de no cumplirla vivirás en el Limbo por toda la eternidad.
Capítulo III
Al día siguiente James Dupont se despierta a las once de la mañana sin acordarse de nada de lo que había pasado la tarde anterior. Sentía que la cabeza le estallaba a consecuencia de la cantidad de alcohol que había ingerido. Se fuma un cigarrillo e inmediatamente prende el televisor para escuchar las noticias; su sorpresa fue mayúscula al escuchar y ver las imágenes que estaban pasando por todas los canales de televisión con relación a la tragedia que había pasado en el estadio de fútbol. Nervioso, toma el celular para llamar a sus amigas para saber como se encontraban pero no recibió respuesta alguna, por lo que resuelve ir a donde ellas. Se dirige al baño para ducharse, pero antes se presta a orinar. Se baja la cremallera del pantalón introduce la mano, mas, al no encontrar ni sentir nada, se mira y exclama: ¡Dios mío! ¿Qué es esto? Me he convertido en... ¡No puede ser!
Sigifredo silva
Lausanne, 09.07.2015
Capítulo I
Un sábado en las horas de la tarde de un mes de julio, en pleno verano, que el sol brillaba intensamente, que el día era sofocante con una temperatura de unos 35 grados bajo la sombra, que las calles se encontraban llenas de gente que caminaba por todas las direcciones, que los carros (autos) pasaban sin cesar, que el ruido era ensordecedor, se encontraba James Dupont en el fondo de un bar, en el Flon, al lado del metro de Lausanne. James Dupont, hombre de unos 25 años de edad, soltero, de 1.85 m. de estatura, delgado, con bíceps y tríceps prominentes, con una buena caja torácica, todo eso producto del constante ejercicio que hacía en el gimnasio, tenía la fama de ser un mujeriego empedernido, de un "Don Juan" incorregible, a tal punto que a su edad ya había conquistado a una treintena de bellas chicas que caían amorosas a sus pies.
Olvidaba decir que James Dupont era un experto en la guitarra, era un don natural que poseía, eso lo hacía más atractivo y mucho más arrogante.
Al finalizar la tarde del sábado en mención James Dupont, que sus amigos llamaban "El Irresistible", salió del bar en compañía de tres hermosas damiselas. Los cuatro se subieron a un "Ferrari" que "El Irresistible" se había ganado unos días atrás jugando poker en uno de los casino del principado de Mónaco. El carro era deportivo, electrónico y totalmente aerodinámico, con un sistema central sistematizado que le permitía detectar obstáculos a la distancia corrigiendo automáticamente su dirección o elevándose por encima de ellos. Los cuatro personajes tomaron rumbo al Estadio Olímpico de Lausanne ya que esa tarde jugaba el Lausanne Sport contra el Real Madrid.
El estadio estaba literalmente lleno, habían alrededor de unos 100.000 espectadores, entre los que se encontraba James Dupont y su precioso ramillete de amigas. La multitud estaba alborotada; se oían pitos, tambores; se escuchaba toda clase de música: metal, reggaeton, champeta, pop, blues, reggae, rap, salsa, merengue y hasta la famosa cumbia colombiana. James Dupont y sus tres encantadoras damiselas reían, cantaban, bailaban gritaban, bebían; estaban en su ambiente. Estando en esa mundo de fantasía, de alegría y de esparcimiento espiritual y físico, se oyó, de repente, un ruido sordo, duro, intenso: una parte de la tribuna preferencial se desplomó. El panorama cambió radicalmente; la gente en su desesperación saltaba por encima de los escombros pisoteándose entre sí; unos lloraban, otros gritaban, otros le imploraban al Señor, algunos se alcanzaron a arrepentir de sus pecados antes de morir.
Entre los heridos transportados al hospital se encontraba James Dupont quien en estado de coma profundo, a consecuencia de las múltiples heridas, murió horas más tarde a pesar de los máximos esfuerzos hechos por los galenos del centro hospitalario.
Capítulo II
El corredor se encontraba impecablemente limpio donde reinaba la tranquilidad y la armonía; a lo largo del pasillo se escuchaba una música que invitaba a la meditación; eran notas de Bethoveen, de Mozart, de Vivaldi, de todos esos genios de la música; además, el lugar estaba adornado con cuadros de Picasso, Velázquez, Goya, Van Gogh, Monet, Dalí, Da Vinci, Rembrandt y Ronoir; a cada lado del corredor habían esculturas de Miguel Ángel, de Rodin, de Bernini y de Fernando Botero.
En medio de aquella exquisitez y como disfrutando del momento se encontraba James Dupont quien esperaba con tiquete en mano, (tiquete que había tomado de la máquina que estaba ubicada a la entrada del corredor), su turno para hablar con el supremo jerarca del lugar.
Unas horas más tarde, James Dupont escucha de una dulce y angelical voz el número de su tiquete, diciéndole a la vez que caminara hasta el final del corredor. James Dupont algo temeroso y con pasos inseguros se dirige hasta el final del pasillo donde sorpresivamente se abre una puerta, la voz la dice: -Entra.
En el interior hay dos sillas, una a cada lado de un escritorio sencillo, más bien pequeño, sobre el que hay una pantalla de televisión y un ordenador (computador). James Dupont siente la presencia de algo o de alguien que está en la parte opuesta del escritorio pero no lo alcanza a ver, no se hace visible al ojo humano; él supone que está en presencia de un ser de luz, de un ser purísimo, presumiblemente el mismo Dios, pero no lo ve, ni ese ente se identifica, solo lo invita a sentarse y le dice: -¿Sabes por qué te encuentras en este lugar? -Él responde: Ni idea. -Porque tu alma ha comenzado a hacer ese viaje para saber en donde va a habitar hasta una nueva reencarnación, -le respondió la voz.
-Cómo así, ¿acaso es que estoy muerto?, -le preguntó James Dupont.
-Sí, más frío que esquimal en invierno, -respondió la voz con tinte algo jocoso.
-Pero para tu desgracia, -siguió hablándole ese ser, no te veo en esta lista por lo que debes ir a un nivel más bajo.
-¿Y cómo se llama ese nivel?
La voz le dijo: -El Purgatorio, administrado por San Pedro.
El Purgatorio era un sitio algo sombrío y un poco sucio; las cucarachas, como en esos hospitales de caridad que existen en la tierra, deambulaban a sus anchas. San Pedro al ver a nuestro personaje que estaba haciendo cola para la entrevista, le dice de manera cordial:
-Amigo, no pierda su tiempo aquí ya que usted no se encuentra en lista. Vaya al infierno.
James Dupont, continúa su tortuoso peregrinaje llegando al último recinto que le queda por recorrer: el infierno.
El sitio totalmente sucio con temperaturas caniculares, sin árboles para refrescarse, ni agua para calmar la sed; era un panorama desolador y oscuro en donde se apreciaban cuadro de Hitler, de Mussolini, de Francisco franco y de Álvaro Uribe Vélez. El diablo al ver a James Dupont le dijo:
-Tu nombre lo tengo en mi lista, pero está en la lista de espera.
-¿Qué debo hacer?, -le preguntó, inquietante, James Dupont.
Éste respondió: -No lo sé ya que tu situación es bastante complicada.
-Voy a enviarle un whatsapp a San Pedro para encontrale una solución a tu caso, espera un momento.
Al cabo de unos minutos el diablo llega con una solución definitiva; el diablo le dice:
-San Pedro y yo hemos acordado lo siguiente: regresarás a la tierra, pero como allá tú te has burlado de muchas mujeres tendrás que pagar por ello, por lo que tendrás que cumplir con una penitencia, en caso de no cumplirla vivirás en el Limbo por toda la eternidad.
Capítulo III
Al día siguiente James Dupont se despierta a las once de la mañana sin acordarse de nada de lo que había pasado la tarde anterior. Sentía que la cabeza le estallaba a consecuencia de la cantidad de alcohol que había ingerido. Se fuma un cigarrillo e inmediatamente prende el televisor para escuchar las noticias; su sorpresa fue mayúscula al escuchar y ver las imágenes que estaban pasando por todas los canales de televisión con relación a la tragedia que había pasado en el estadio de fútbol. Nervioso, toma el celular para llamar a sus amigas para saber como se encontraban pero no recibió respuesta alguna, por lo que resuelve ir a donde ellas. Se dirige al baño para ducharse, pero antes se presta a orinar. Se baja la cremallera del pantalón introduce la mano, mas, al no encontrar ni sentir nada, se mira y exclama: ¡Dios mío! ¿Qué es esto? Me he convertido en... ¡No puede ser!
Sigifredo silva
Lausanne, 09.07.2015