JAVIER TOMAS
Sub Administrador
Los truenos sonaban en el bosque de tal manera que los árboles se deshojaban con la vibración. Rulén se acurrucaba con todos al lado de la chimenea mientras apretaba la mano de su hermana pequeña. Llevaba horas orinándose, pero ni se le ocurriría salir a aliviarse, aguantaría hasta el amanecer. Todos sabían que las noches de tormenta en el bosque se Magón eran peligrosas, ocurrían cosas extrañas, y prefería estar a la protectora sombra de su padre, leñador de altura y embargadura colosal, y su enorme hacha,aunque de poco le serviría ante las criaturas del averno. Apretó un poco más las piernas mientras sus ojos se cerraban acunados por la letanía de las oraciones que susurraba sin parar su abuela. El mundo pareció acabarse cuando un trueno reventó con una violencia antinatural. Del zambombazo las velas se apagaron. Todo quedó en silencio durante unos segundos, nadie respiraba. Algo duro golpeó con fuerza la puerta. A Rulén se le escapó el alma del cuerpo...y la orina a los pantalones.
El rey Petran estaba asomado al balcón de la sala del trono con la mirada perdida sobre el bosque de Magón. Era la extensión más grande del reino, el horizonte no delimitaba su final. Era una fabulosa defensa natural ante sus aguerridos vecinos del norte, pues un ejercito tardaría días en cruzarlo, haciendo imposible la sorpresa, y pasando por cientos de sitios ideales para una emboscada.También era fruto de la riqueza del reino, pues su madera era de una calidad insuperable, codiciada por todos para la construcción de barcos. Y ahora se había convertido en un problema, un gran problema.
-¡Majestad!
El rey se giró y miró a los ojos a su válido.
-¿Han sido muchos esta vez?
-Cinco, padres, hijos y abuela.
-¿Como siempre?
-Como siempre, los cuerpos están destrozados y sus corazones arrancados.
Miró hacia abajo conteniendo su respiración, alguien estaba masacrando a sus subditos y no sabía por qué ni quién.
-El abad Loran está agitando de nuevo al pueblo, asegurando con que son obra de una criatura de Satanás por haberos casado con una reina protestante.
Sabía que tarde o temprano tendría un duro enfrentamiento con el abad y solo uno de los dos saldría bien parado, ese hombre tenía una ambición ilimitada. A él lo que realmente le preocupaba era dejar un legado a su hijo, pues a su edad ya poco le quedaba esperar de la vida, salvo las suaves caricias de su nueva esposa que le hacías entirse otra vez joven, aunque solo fuera un momento.
El silencio de la muchedumbre era abrumador. Ni una tos, ni un suspiro, todos aguardaban con expectación las palabras que el orador manejaba también. Bajo el pórtico de la catedral y con las puertas abiertas, la voz salía disparada a toda la plaza marcando el tono grave del abad.
-Ya ha ocurrido muchas veces. Si. ¡Muchas!. Dios ha castigado a los impíos, a aquellos que pecan de manera gratuita sin necesidad. Nuestro rey podía haber elegido a docenas de mujeres para casarse por segunda vez, y lo hace ¡Con una protestante!. ¿Que quereis? ¿Que Dios deje sin su merecido tamaño desagravio? Fue un buen rey, pero Satanás a ganado su alma y vosotros pagais las consecuencias.¡Exigir que se deshaga ese matrimonio! Tarde o temprano la bestia se cansará del bosque y vendrá aquí a por sus víctimas.
El murmullo se extendió con rapidez, floreciendo en gritos aislados que encendían al resto.
-¡Para que él disfrute en la cama nosotros morimos!
-¡No voy a permitir que ponga a mi hijo en peligro!
-¡Esos pobres desgraciados estarán vagando en el limbo con sus almas atormentadas!
-¡Muerte al rey!
Un amago de sonrisa se dibujó en la cara de Loran mientras acariciaba una gran cruz de plata que colgaba siempre de su cuello, por fin estaba consiguiendo lo que tanto tiempo llevaba buscando, acabar con ese rey que tanto daño le había causado a su abadía, la de San Sorau, eliminando impuestos y prebendas, que en otro tiempo, les hizo ser la más poderosa de cuantas se conocía en la cristiandad. Se construyó en un claro del bosque, y a base de trabajo y esfuerzo se fue despejando hasta que salieron enormes y ricos terrenos de cultivo con abundante agua. No consentiría que continuara así.
Aurín recogía cebollas al borde del bosque mientras su pequeño hijo jugaba con unos palos en forma de espada. Desde que murió su marido a manos de la bestia muchos vecinos se volcaron en ayudarla dándola trabajos donde pudiera cuidar a su hijo. Otros la miraban mal, pero eran los menos. Con lo que sacaba de salario y lo que le daban en el monasterio podía vivir decentemente. El abad se había tomado mucho interés en ayudarlos, sobre todo al pequeño. Ese hombre era un santo.
La espalda la dolía de estar todo el día recolectando, pero esa semana de trabajo la venía muy bien. Se puso de rodillas y cerró los ojos para descansar unos segundos y no sentir dolor en los riñones por un momento. Al reanudar la faena notó algo raro, ya no oía a su hijo. Le buscó con la vista, pero no lo veía. Dio una carrera hasta un pequeño montículo de piedras y se subió con la intención de otear más terreno, pero seguía sin dar señal. Desesperada, con el corazón en la boca, corrió con todas sus fuerzas hasta el linde con la esperanza que estuviera detrás de algún animalillo.
Ferdián volvía de su casa con el carro para cargarlo de las cebollas recolectadas en el día por Aurín. Iba pensativo, con calma, cuando un grito aterrador rasgó el aire, tanto el dueño como el caballo levantaron la cara asustados, tardó unos segundos en reaccionar, tiró de las riendas con brusquedad para cambiar la dirección del tiro y fustigó con fuerza el cuero poniéndose al galope a pesar de que el viejo trotón hacia años que no lo hacía. Le daba pena esa pobre viuda pero desde luego no estaba dispuesto a enfrentarse a los monstruos que el abad les describió. No quitaba la vista de su espalda temeroso de ver alguna sombra, pero solo una nube de polvo les acompañó de vuelta a su granja.
La sala estaba decorada con las pinturas de las grandes gestas del reino y los retratos de todos los reyes del linaje Sasman. En el techo, una gran lámpara de múltiples brazos y todas sus velas encendidas, iluminaba toda la escena. En la gran mesa central, ricamente labrada, se sentaban los cargos más importantes de gobierno presididos por el príncipe Mateu.
-Los soldados han tenido que disolver varias reuniones de vecinos, en los que a voces, se pedía la cabeza de su padre.
-La guardia del castillo también a tenido que intervenir, se concentran grupos de agitadores a orillas de la muralla. Desde que ese niño desapareció los ánimos se han caldeado en exceso y no tardará mucho en ser incontrolable.
-Pero ese niño nada tiene que ver con las otras muertes.
-Así es mi príncipe, pero ya son varios niños desaparecidos en los últimos años y la gente los mete a todos en el mismo saco.
Mateuse levantó y caminaba despacio dando vueltas a la sala con la mirada puesta en el suelo y moviendo la cabeza con un ligero balanceo. Sus oscuros ojos y sus pobladas cejas parecían desaparecer cuando le alcanzaba la sombra de la lampara.
-¿En que pensais?
-En que es mucha casualidad.
-¿El qué?
-Que cada vez que la gente se solivianta desaparezca un niño, dando un empujón a las protestas. Hasta ahora las hemos controlado, pero parece que esta vez va a ser el definitivo.
-¿Decís que alguien lo hace con intención de levantar una sublevación?
-Digo que alguien quiere levantar al pueblo para derrocar a mi padre, y aprovecha la situación.
-Es posible.
-¿El bosque esta bien cubierto?.
-Si, hemos enviado más soldados haciendo batidas y levantado campamentos con puestos de vigía avanzados, pero de momento sin resultado.
-Pues esta noche, cuando todo el mundo esté en casa, enviad a todos los soldados posibles, incluidos los del castillo, y registrar todas las casas a conciencia.
-Señor, los del castillo no, si pasa algo su majestad estará indefenso.
-Dejadlos mínimos, pero al resto enviadlos. Si conseguimos encontrar a ese niño daremos un giro a la revuelta, y haremos que la ira del pueblo se vuelque sobre el culpable.
Sertan hacía guardia en la muralla, esa noche apretaba especialmente el sueño. El silencio reinaba en todo el recinto. Todos los que no pertenecieran al castillo fueron obligados a abandonarlo esa noche y los sirvientes estaban confinados en sus habitaciones. Apenas quedaban dos docenas de soldados a los que tocaba doblar los turnos para poder realizar la vigilancia. No paraba de caminar a lo largo de su puesto para vencer la pesadez de párpados que temía no poder controlar. Cogió un poco de agua del balde para refrescarse los ojos. El frío de la noche y la humedad hicieron su trabajo. En ese momento oyó chirriar algo. Miró al exterior y vio una sombra salir de un pequeño portón de servicio. En vez de ir hacia los castaños donde la noche le arroparía, se dirigió hacia el camino principal. Fue entonces cuando pudo distinguir la figura del fugitivo, le pareció extraño. En ese momento tropezó y rodó exageradamente. Un chillido y el estruendo de una bandeja caída le sacó de su pensamiento. Al momento se oyeron más voces y el grito de alarma.¡HAN MATADO AL REY!.
-¿Como es posible que sucediera?. Mi padre estaba confinado y custodiado,nadie podía haber entrado.
-Hemos descubierto un pasadizo que desconocíamos. Bajo una de las alfombras encontramos una trampilla que conecta con una escalera, lleva a los almacenes y estos a una puerta por donde se carga material, la llave solo la tienen tres personas. El rey, el almacenero, que estaba en su habitación confinado y vigilado, y una tercera guardada en la Abadía de Sorau. Vuestro abuelo se la confió pues en aquella época eran los mayores proveedores del castillo.
-¿Quereis Capitán que me crea que alguien de la abadía se coló esta nocheaquí para asesinar a mi padre?
-No solo tienen la llave y todos los planos de la construcción original del castillo, pues uno de sus frailes la diseñó, además teneis que escuchar a este soldado que estaba de guardia.
Sertan entró un poco cohibido. El príncipe siempre le había parecido un personaje siniestro , y en las circunstancias del momento más. Le miró a esos profundos ojos negros y un escalofrío recorrió su espalda.
-Cuéntale al príncipe lo que viste.
-Estaba de guardia y oi el chirrido de una puerta. Al escudriñar la muralla vi una figura que salía de una puerta. Tuvo la estupidez de correr hacia el camino de entrada, donde las antorchas iluminan todo y entonces le reconocí. Era un fraile.
-¿Un fraile?.
-Si, seguro.
-¿Como eran los hábitos?
-Marrones, con una cuerda por cinturón de color gris. Tropezó y rodó por el suelo, debajo de una antorcha. Se le notaba muy patoso, muy gordo, como si estuviera metido en un tonel. Al intentar levantarse lo hizo de cara a mi puesto y la luz hizo destellar algo que llevaba colgado al cuello. Afine la vista y pude distinguirlo. Era una gran cruz de plata.
-¿No tienes duda?
-No, solo la plata bruñida de ley brilla así.
Mateu y el capitán se miraron con asombro.
-¡EL ABAD LORAN!, dijeron a la par.
-Que preparen de inmediato veinte soldados a caballo. A este recompénsale con treinta monedas de plata por su buen servicio.
Sertan supiró con disimulo. Pensaba que le castigarían por no haber dado la alarma cuando vio salir del castillo al fraile y resulta que sale con el bolso lleno de plata. Al final no era tan malo el príncipe Mateu.
-¡ABRID LAS PUERTAS EN NOMBRE DEL REY!
Se oyeron unos cansinos pasos que se arrastraban hasta las viejas maderas que franqueaban la abadía.
-¿Quién vive?
-El capitán de la guardia. Abra inmediatamente o derribaremos la puerta a la fuerza.
-¿Pero a que se debe tanta violencia? No son horas...
-¡ABRA DE INMEDIATO!
El portero dudo ante la determinación del capitán, pero no se decidía a hacer nada.
-¡Vosotros cuatro, cortar ese árbol, nos servirá de ariete! Los demás preparar ramas pequeñas para quemar esta puerta. En cuanto entremos pasar a cuchillo a cualquier fraile que aparezca.
-¡Esperar, esperar! No seáis salvajes. Ya os abro.
Nada más correr el pestillo los soldados cargaron tirando al pobre fraile al suelo sobre sus enormes posaderas.
-¿Donde está el abad?
-En su habitación supongo.
Fueron a su habitación sin éxito. Recorrieron todas las instancias con la misma suerte. Sabían que tenía que estar. Un pequeño portón apareció al final de un pasillo. Rompieron la cerradura sin muchos problemas. Unas inclinadas escaleras les llevó a un rellano. Cuatro puertas lo franqueaban, pero solo debajo de una salía un halo de luz. Cargó el capitán con el hombro derribándola y entró con varios soldados. Allí se encontraron a Loran desnudo, con sus genitales tapados por una gruesa capa de grasa que cubría todo su cuerpo. Sudoroso y palpitante al lado de un niño, el hijo de Aurin, que dormitaba a causa de las drogas y con claros síntomas de haber sido sodomizado.
Enl a plaza de armas del castillo no entraba ni un niño chico. La noticia había corrido como la pólvora y llegaron gentes de todo el reino. Los tambores redoblaban mientras el hacha del verdugo separaba la cabeza del tronco del que fuera abad de San Sorau. Aurin y su hijo estaban en el palco de autoridades, temblaba de pensar lo que ese hijo del diablo hacía. Secuestraba niños para sodomizarlos y luego mataba una familia. Destrozaba los cadáveres para que nadie los reconociese, dejaba el niño secuestrado anteriormente y se llevaba una nueva criatura. A saber que pacto tendría con Satanás para poder matar esas personas rudas y fuertes, desde luego cuando iba con el hábito parecía no poder ni con su barriga. Por suerte su hijo estaba bien, el nuevo rey había dado orden al médico real de que le cuidara, y los había concedido unas tierras para que nunca más pasaran necesidad.
Se quitó la corona nada más salir del palco, le hacía daño, pero siendo su primer acto como rey no podía dejar de usarla. Entró en su habitación, donde anteriormente dormía su padre, y dio orden de no ser molestado bajo ningún concepto. Se quedó ligero de ropa y levantó la alfombra. Levantó la trampilla con cuidado para no hace ruido. Bajó por las escaleras y a la altura de la segunda planta apretó un resorte que abrió una puerta oculta. Daba a una sala circular. Encendió unas velas y se iluminó como si fuera de día. Estaba llena de estantes, y en ellos frascos de cristal llenos del más fuerte aguardiente que se podía encontrar a muchas semanas de galope. Y en cada uno de ellos un corazón, más de un centenar. Mateu levantó los brazos en cruz y empezó a girar como un poseso. Sus pies se enredaron en algo y cayó al suelo. Se levantó aturdido. Era un cordón gris, se levantó furioso y lo lanzó junto a un hábito marrón, una gran cruz de plata, y unos cuantos cojines grandes que reposaban en la última balda de uno de los estantes. Apagó las velas y volvió a cerrar la puerta. Mientras regresaba a sus aposentos intentaba pensar donde conseguiría más frascos de cristal, necesitaría muchos.
El rey Petran estaba asomado al balcón de la sala del trono con la mirada perdida sobre el bosque de Magón. Era la extensión más grande del reino, el horizonte no delimitaba su final. Era una fabulosa defensa natural ante sus aguerridos vecinos del norte, pues un ejercito tardaría días en cruzarlo, haciendo imposible la sorpresa, y pasando por cientos de sitios ideales para una emboscada.También era fruto de la riqueza del reino, pues su madera era de una calidad insuperable, codiciada por todos para la construcción de barcos. Y ahora se había convertido en un problema, un gran problema.
-¡Majestad!
El rey se giró y miró a los ojos a su válido.
-¿Han sido muchos esta vez?
-Cinco, padres, hijos y abuela.
-¿Como siempre?
-Como siempre, los cuerpos están destrozados y sus corazones arrancados.
Miró hacia abajo conteniendo su respiración, alguien estaba masacrando a sus subditos y no sabía por qué ni quién.
-El abad Loran está agitando de nuevo al pueblo, asegurando con que son obra de una criatura de Satanás por haberos casado con una reina protestante.
Sabía que tarde o temprano tendría un duro enfrentamiento con el abad y solo uno de los dos saldría bien parado, ese hombre tenía una ambición ilimitada. A él lo que realmente le preocupaba era dejar un legado a su hijo, pues a su edad ya poco le quedaba esperar de la vida, salvo las suaves caricias de su nueva esposa que le hacías entirse otra vez joven, aunque solo fuera un momento.
El silencio de la muchedumbre era abrumador. Ni una tos, ni un suspiro, todos aguardaban con expectación las palabras que el orador manejaba también. Bajo el pórtico de la catedral y con las puertas abiertas, la voz salía disparada a toda la plaza marcando el tono grave del abad.
-Ya ha ocurrido muchas veces. Si. ¡Muchas!. Dios ha castigado a los impíos, a aquellos que pecan de manera gratuita sin necesidad. Nuestro rey podía haber elegido a docenas de mujeres para casarse por segunda vez, y lo hace ¡Con una protestante!. ¿Que quereis? ¿Que Dios deje sin su merecido tamaño desagravio? Fue un buen rey, pero Satanás a ganado su alma y vosotros pagais las consecuencias.¡Exigir que se deshaga ese matrimonio! Tarde o temprano la bestia se cansará del bosque y vendrá aquí a por sus víctimas.
El murmullo se extendió con rapidez, floreciendo en gritos aislados que encendían al resto.
-¡Para que él disfrute en la cama nosotros morimos!
-¡No voy a permitir que ponga a mi hijo en peligro!
-¡Esos pobres desgraciados estarán vagando en el limbo con sus almas atormentadas!
-¡Muerte al rey!
Un amago de sonrisa se dibujó en la cara de Loran mientras acariciaba una gran cruz de plata que colgaba siempre de su cuello, por fin estaba consiguiendo lo que tanto tiempo llevaba buscando, acabar con ese rey que tanto daño le había causado a su abadía, la de San Sorau, eliminando impuestos y prebendas, que en otro tiempo, les hizo ser la más poderosa de cuantas se conocía en la cristiandad. Se construyó en un claro del bosque, y a base de trabajo y esfuerzo se fue despejando hasta que salieron enormes y ricos terrenos de cultivo con abundante agua. No consentiría que continuara así.
Aurín recogía cebollas al borde del bosque mientras su pequeño hijo jugaba con unos palos en forma de espada. Desde que murió su marido a manos de la bestia muchos vecinos se volcaron en ayudarla dándola trabajos donde pudiera cuidar a su hijo. Otros la miraban mal, pero eran los menos. Con lo que sacaba de salario y lo que le daban en el monasterio podía vivir decentemente. El abad se había tomado mucho interés en ayudarlos, sobre todo al pequeño. Ese hombre era un santo.
La espalda la dolía de estar todo el día recolectando, pero esa semana de trabajo la venía muy bien. Se puso de rodillas y cerró los ojos para descansar unos segundos y no sentir dolor en los riñones por un momento. Al reanudar la faena notó algo raro, ya no oía a su hijo. Le buscó con la vista, pero no lo veía. Dio una carrera hasta un pequeño montículo de piedras y se subió con la intención de otear más terreno, pero seguía sin dar señal. Desesperada, con el corazón en la boca, corrió con todas sus fuerzas hasta el linde con la esperanza que estuviera detrás de algún animalillo.
Ferdián volvía de su casa con el carro para cargarlo de las cebollas recolectadas en el día por Aurín. Iba pensativo, con calma, cuando un grito aterrador rasgó el aire, tanto el dueño como el caballo levantaron la cara asustados, tardó unos segundos en reaccionar, tiró de las riendas con brusquedad para cambiar la dirección del tiro y fustigó con fuerza el cuero poniéndose al galope a pesar de que el viejo trotón hacia años que no lo hacía. Le daba pena esa pobre viuda pero desde luego no estaba dispuesto a enfrentarse a los monstruos que el abad les describió. No quitaba la vista de su espalda temeroso de ver alguna sombra, pero solo una nube de polvo les acompañó de vuelta a su granja.
La sala estaba decorada con las pinturas de las grandes gestas del reino y los retratos de todos los reyes del linaje Sasman. En el techo, una gran lámpara de múltiples brazos y todas sus velas encendidas, iluminaba toda la escena. En la gran mesa central, ricamente labrada, se sentaban los cargos más importantes de gobierno presididos por el príncipe Mateu.
-Los soldados han tenido que disolver varias reuniones de vecinos, en los que a voces, se pedía la cabeza de su padre.
-La guardia del castillo también a tenido que intervenir, se concentran grupos de agitadores a orillas de la muralla. Desde que ese niño desapareció los ánimos se han caldeado en exceso y no tardará mucho en ser incontrolable.
-Pero ese niño nada tiene que ver con las otras muertes.
-Así es mi príncipe, pero ya son varios niños desaparecidos en los últimos años y la gente los mete a todos en el mismo saco.
Mateuse levantó y caminaba despacio dando vueltas a la sala con la mirada puesta en el suelo y moviendo la cabeza con un ligero balanceo. Sus oscuros ojos y sus pobladas cejas parecían desaparecer cuando le alcanzaba la sombra de la lampara.
-¿En que pensais?
-En que es mucha casualidad.
-¿El qué?
-Que cada vez que la gente se solivianta desaparezca un niño, dando un empujón a las protestas. Hasta ahora las hemos controlado, pero parece que esta vez va a ser el definitivo.
-¿Decís que alguien lo hace con intención de levantar una sublevación?
-Digo que alguien quiere levantar al pueblo para derrocar a mi padre, y aprovecha la situación.
-Es posible.
-¿El bosque esta bien cubierto?.
-Si, hemos enviado más soldados haciendo batidas y levantado campamentos con puestos de vigía avanzados, pero de momento sin resultado.
-Pues esta noche, cuando todo el mundo esté en casa, enviad a todos los soldados posibles, incluidos los del castillo, y registrar todas las casas a conciencia.
-Señor, los del castillo no, si pasa algo su majestad estará indefenso.
-Dejadlos mínimos, pero al resto enviadlos. Si conseguimos encontrar a ese niño daremos un giro a la revuelta, y haremos que la ira del pueblo se vuelque sobre el culpable.
Sertan hacía guardia en la muralla, esa noche apretaba especialmente el sueño. El silencio reinaba en todo el recinto. Todos los que no pertenecieran al castillo fueron obligados a abandonarlo esa noche y los sirvientes estaban confinados en sus habitaciones. Apenas quedaban dos docenas de soldados a los que tocaba doblar los turnos para poder realizar la vigilancia. No paraba de caminar a lo largo de su puesto para vencer la pesadez de párpados que temía no poder controlar. Cogió un poco de agua del balde para refrescarse los ojos. El frío de la noche y la humedad hicieron su trabajo. En ese momento oyó chirriar algo. Miró al exterior y vio una sombra salir de un pequeño portón de servicio. En vez de ir hacia los castaños donde la noche le arroparía, se dirigió hacia el camino principal. Fue entonces cuando pudo distinguir la figura del fugitivo, le pareció extraño. En ese momento tropezó y rodó exageradamente. Un chillido y el estruendo de una bandeja caída le sacó de su pensamiento. Al momento se oyeron más voces y el grito de alarma.¡HAN MATADO AL REY!.
-¿Como es posible que sucediera?. Mi padre estaba confinado y custodiado,nadie podía haber entrado.
-Hemos descubierto un pasadizo que desconocíamos. Bajo una de las alfombras encontramos una trampilla que conecta con una escalera, lleva a los almacenes y estos a una puerta por donde se carga material, la llave solo la tienen tres personas. El rey, el almacenero, que estaba en su habitación confinado y vigilado, y una tercera guardada en la Abadía de Sorau. Vuestro abuelo se la confió pues en aquella época eran los mayores proveedores del castillo.
-¿Quereis Capitán que me crea que alguien de la abadía se coló esta nocheaquí para asesinar a mi padre?
-No solo tienen la llave y todos los planos de la construcción original del castillo, pues uno de sus frailes la diseñó, además teneis que escuchar a este soldado que estaba de guardia.
Sertan entró un poco cohibido. El príncipe siempre le había parecido un personaje siniestro , y en las circunstancias del momento más. Le miró a esos profundos ojos negros y un escalofrío recorrió su espalda.
-Cuéntale al príncipe lo que viste.
-Estaba de guardia y oi el chirrido de una puerta. Al escudriñar la muralla vi una figura que salía de una puerta. Tuvo la estupidez de correr hacia el camino de entrada, donde las antorchas iluminan todo y entonces le reconocí. Era un fraile.
-¿Un fraile?.
-Si, seguro.
-¿Como eran los hábitos?
-Marrones, con una cuerda por cinturón de color gris. Tropezó y rodó por el suelo, debajo de una antorcha. Se le notaba muy patoso, muy gordo, como si estuviera metido en un tonel. Al intentar levantarse lo hizo de cara a mi puesto y la luz hizo destellar algo que llevaba colgado al cuello. Afine la vista y pude distinguirlo. Era una gran cruz de plata.
-¿No tienes duda?
-No, solo la plata bruñida de ley brilla así.
Mateu y el capitán se miraron con asombro.
-¡EL ABAD LORAN!, dijeron a la par.
-Que preparen de inmediato veinte soldados a caballo. A este recompénsale con treinta monedas de plata por su buen servicio.
Sertan supiró con disimulo. Pensaba que le castigarían por no haber dado la alarma cuando vio salir del castillo al fraile y resulta que sale con el bolso lleno de plata. Al final no era tan malo el príncipe Mateu.
-¡ABRID LAS PUERTAS EN NOMBRE DEL REY!
Se oyeron unos cansinos pasos que se arrastraban hasta las viejas maderas que franqueaban la abadía.
-¿Quién vive?
-El capitán de la guardia. Abra inmediatamente o derribaremos la puerta a la fuerza.
-¿Pero a que se debe tanta violencia? No son horas...
-¡ABRA DE INMEDIATO!
El portero dudo ante la determinación del capitán, pero no se decidía a hacer nada.
-¡Vosotros cuatro, cortar ese árbol, nos servirá de ariete! Los demás preparar ramas pequeñas para quemar esta puerta. En cuanto entremos pasar a cuchillo a cualquier fraile que aparezca.
-¡Esperar, esperar! No seáis salvajes. Ya os abro.
Nada más correr el pestillo los soldados cargaron tirando al pobre fraile al suelo sobre sus enormes posaderas.
-¿Donde está el abad?
-En su habitación supongo.
Fueron a su habitación sin éxito. Recorrieron todas las instancias con la misma suerte. Sabían que tenía que estar. Un pequeño portón apareció al final de un pasillo. Rompieron la cerradura sin muchos problemas. Unas inclinadas escaleras les llevó a un rellano. Cuatro puertas lo franqueaban, pero solo debajo de una salía un halo de luz. Cargó el capitán con el hombro derribándola y entró con varios soldados. Allí se encontraron a Loran desnudo, con sus genitales tapados por una gruesa capa de grasa que cubría todo su cuerpo. Sudoroso y palpitante al lado de un niño, el hijo de Aurin, que dormitaba a causa de las drogas y con claros síntomas de haber sido sodomizado.
Enl a plaza de armas del castillo no entraba ni un niño chico. La noticia había corrido como la pólvora y llegaron gentes de todo el reino. Los tambores redoblaban mientras el hacha del verdugo separaba la cabeza del tronco del que fuera abad de San Sorau. Aurin y su hijo estaban en el palco de autoridades, temblaba de pensar lo que ese hijo del diablo hacía. Secuestraba niños para sodomizarlos y luego mataba una familia. Destrozaba los cadáveres para que nadie los reconociese, dejaba el niño secuestrado anteriormente y se llevaba una nueva criatura. A saber que pacto tendría con Satanás para poder matar esas personas rudas y fuertes, desde luego cuando iba con el hábito parecía no poder ni con su barriga. Por suerte su hijo estaba bien, el nuevo rey había dado orden al médico real de que le cuidara, y los había concedido unas tierras para que nunca más pasaran necesidad.
Se quitó la corona nada más salir del palco, le hacía daño, pero siendo su primer acto como rey no podía dejar de usarla. Entró en su habitación, donde anteriormente dormía su padre, y dio orden de no ser molestado bajo ningún concepto. Se quedó ligero de ropa y levantó la alfombra. Levantó la trampilla con cuidado para no hace ruido. Bajó por las escaleras y a la altura de la segunda planta apretó un resorte que abrió una puerta oculta. Daba a una sala circular. Encendió unas velas y se iluminó como si fuera de día. Estaba llena de estantes, y en ellos frascos de cristal llenos del más fuerte aguardiente que se podía encontrar a muchas semanas de galope. Y en cada uno de ellos un corazón, más de un centenar. Mateu levantó los brazos en cruz y empezó a girar como un poseso. Sus pies se enredaron en algo y cayó al suelo. Se levantó aturdido. Era un cordón gris, se levantó furioso y lo lanzó junto a un hábito marrón, una gran cruz de plata, y unos cuantos cojines grandes que reposaban en la última balda de uno de los estantes. Apagó las velas y volvió a cerrar la puerta. Mientras regresaba a sus aposentos intentaba pensar donde conseguiría más frascos de cristal, necesitaría muchos.
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