“El auto complacerte sexualmente, es sumamente beneficiosa, física y emocionalmente para las personas de ambos géneros”
En la TV, la voz del sexólogo suena natural mientras explica lo positivo que es masturbarse y mientras lo observo, tratando inútilmente de encontrar alguna señal de morbosidad, veo a mi querida vieja, 50 años atrás, dirigiéndome una mirada suspicaz a la vez que me advertía:
-¡Que no te vaya a pillar yo, chiquillo de moledera encumbrando volantines, me oíste! Estás cada día más flacuchento y lleno de espinillas y es más que seguro que te la pasas en la cochiná. Si tu padre te llega a descubrir, es un hecho que te va a sacar la recresta, por pajero. Ya lo sabís-.
¡Ja,… pajero! En la escala de los insultos, ocupaba el segundo lugar superado tan solo, por la grosera alusión a la mamá. Mientras esta despertaba nuestros instintos guerreros, el pajero nos reducía a la más mínima expresión. Era sinónimo de alfeñique, de desgano, de poca hombría.
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Por aquellos tiempos no era tema la masturbación femenina, lo que no quitaba que, entre nosotros, la relacionáramos con un uso inadecuado de las velas, lo cual se daba por sentado y el asunto no se tocaba por el respeto que se le tenía al sexo opuesto.
¡Como nos cambia la vida! Hoy, las damas van al sexshop y se deleitan eligiendo entre un discreto finger clip o una bala vibradora sin que ninguna se ponga roja de vergüenza. Para las más dinámicas existen los multiritmicos y para las más flojitas, con mando a distancia. ¡Que me dicen!
Pero, volvamos a nosotros y no nos metamos en camisa de 11 varas.
Que el profesor de gimnasia le gritara a uno, ¡Pajero!, eso si que dolía. ¡Putas que dolía!
-¡Que no les vaya a pillar un pelito de oro en las palmas de las manos! A todos los que se le arrancan las cabras le sale uno. No lo olviden-.
La advertencia era nefasta. Todos ocultábamos nuestras manos como por arte de magia, mientras sentíamos arder las mejillas.
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Recuerdo que la primera vez que nos dijo aquello, apenas llegué a casa, pasé un rato largo revisándome las manos, mientras musitaba, “nunca más, nunca más”. Y cuando mi madre me revisaba el aseo de las manos, era una verdadera tragedia: “Dios mío, por favor. Que no se le vaya a ocurrir asomarse al pelito de oro, plis”
Como nos cambia la vida. Hoy nos enseñan técnicas para la autocomplacencia: Que con una mano, con las 2 manos, con música, con un bistec…
Ja. Ya no le tengo miedo al pelito de oro, porque, actualmente estoy casado con la Manuela, la viuda de Palma y… putas que soy feliz, eso si,…que de vez en cuando se me desinfla....