Yuretzis Garcia
Miembro Activo
Implacable agua
Es hermoso ver a los niños jugar bajo la lluvia,
creando un mundo imaginario donde solo ellos pueden salvarlo.
Hay que dejar al niño jugar, crear, descubrir,
dejarlo pensar.
Esa es la tarea del pequeño,
¡Ser feliz!
La de nosotros, escuchar,
¡Parece tan sencillo!
Está ahí, bajo el Araguaney,
que gotea hojas,
que inventa un nuevo amarillo,
que adorna este espacio de tierra verde,
con el pasto tan suave.
La pequeña Rosalinda adorna con flores su cabello rojo,
y su rostro lleno de tantas pecas, que parece que le hubieran caído los destellos de una estrella pulverizada.
Su mejor amigo, un año mayor que ella, la acompaña con un celoso cuidado para que nada lastime a la que quiere como una hermana.
Niños jugando bajo el agua, disfrutando del mundo que aún está vivo,
de esas dos sonrisas que siguen intactas,
del brillo deslumbrante que provienen de unos ojos azules y otros negros.
Llueve felicidad, bendición y perdón,
del suelo sale el humo del calor de un sol que se había sembrado en la tierra
¡Qué hermoso sábado!
Y empieza el concierto del Arrendajo, el Colibrí, el Turpial, el Azulejo y el Ruiseñor,
cada uno posado sobre una flor,
vistiendo de calor el canto obsequiado a los niños del pueblo.
Mientras, el viento acaricia los Claveles llenos de rocío.
Cerca de la mata de lechosa que ha alimentado a aves viajeras, con apetito de una nueva melodía.
Sigue lloviendo,
ya se va la mañana y el sol no aparece.
Las madres llaman a sus hijos,
a Rosalinda María y a Jesús Tomás.
Vuelve cada uno a los brazos de su madre.
Ahora la lluvia no parece tan divertida,
cae la noche y el agua empieza a subir de tono,
la brisa se enoja con el cielo,
desquitándose con los techos débiles de tantos hogares sencillos
¡Sucre! ¿Por qué lloras?
Para tu lamento ¡Detente!
¡Detente cielo!
Que la gente se te ahoga por la fuerza de tus truenos,
que el niño, en la cuna, llora ante el estruendo del cielo,
que a la gente se le inunda el alma.
La esperanza huele a miedo,
y así no sujeta las paredes de los cielos
¡Se van a caer las estrellas!
Dice un joven, dice un abuelo, a quien el frío se le mete en los huesos, sin aliento.
Rosalinda se pregunta ¿Cómo estará mi Jesús?
En su techo de papel,
en su casa sin la luz.
Ni una vela hay siquiera
por todo el camino azul,
solo un azote de agua
cae, cae, me faltas tú.
Y la niña llora tanto por Jesús que, desde arriba, la oyeron y la furia se aplacó.
Ella se pone contenta y, a lo lejos, se oyen voces de piedad,
distinguiendo la mirada de su amigo que ahí está.
Es hermoso ver a los niños jugar bajo la lluvia,
creando un mundo imaginario donde solo ellos pueden salvarlo.
Hay que dejar al niño jugar, crear, descubrir,
dejarlo pensar.
Esa es la tarea del pequeño,
¡Ser feliz!
La de nosotros, escuchar,
¡Parece tan sencillo!
Está ahí, bajo el Araguaney,
que gotea hojas,
que inventa un nuevo amarillo,
que adorna este espacio de tierra verde,
con el pasto tan suave.
La pequeña Rosalinda adorna con flores su cabello rojo,
y su rostro lleno de tantas pecas, que parece que le hubieran caído los destellos de una estrella pulverizada.
Su mejor amigo, un año mayor que ella, la acompaña con un celoso cuidado para que nada lastime a la que quiere como una hermana.
Niños jugando bajo el agua, disfrutando del mundo que aún está vivo,
de esas dos sonrisas que siguen intactas,
del brillo deslumbrante que provienen de unos ojos azules y otros negros.
Llueve felicidad, bendición y perdón,
del suelo sale el humo del calor de un sol que se había sembrado en la tierra
¡Qué hermoso sábado!
Y empieza el concierto del Arrendajo, el Colibrí, el Turpial, el Azulejo y el Ruiseñor,
cada uno posado sobre una flor,
vistiendo de calor el canto obsequiado a los niños del pueblo.
Mientras, el viento acaricia los Claveles llenos de rocío.
Cerca de la mata de lechosa que ha alimentado a aves viajeras, con apetito de una nueva melodía.
Sigue lloviendo,
ya se va la mañana y el sol no aparece.
Las madres llaman a sus hijos,
a Rosalinda María y a Jesús Tomás.
Vuelve cada uno a los brazos de su madre.
Ahora la lluvia no parece tan divertida,
cae la noche y el agua empieza a subir de tono,
la brisa se enoja con el cielo,
desquitándose con los techos débiles de tantos hogares sencillos
¡Sucre! ¿Por qué lloras?
Para tu lamento ¡Detente!
¡Detente cielo!
Que la gente se te ahoga por la fuerza de tus truenos,
que el niño, en la cuna, llora ante el estruendo del cielo,
que a la gente se le inunda el alma.
La esperanza huele a miedo,
y así no sujeta las paredes de los cielos
¡Se van a caer las estrellas!
Dice un joven, dice un abuelo, a quien el frío se le mete en los huesos, sin aliento.
Rosalinda se pregunta ¿Cómo estará mi Jesús?
En su techo de papel,
en su casa sin la luz.
Ni una vela hay siquiera
por todo el camino azul,
solo un azote de agua
cae, cae, me faltas tú.
Y la niña llora tanto por Jesús que, desde arriba, la oyeron y la furia se aplacó.
Ella se pone contenta y, a lo lejos, se oyen voces de piedad,
distinguiendo la mirada de su amigo que ahí está.