Fabian Pou de la Puente
Miembro Activo
Secretos dentro de Secreto, parte 3 ( de mi Novela "Las Mentiras de Abril ")
Ulises se mantenía deslumbrado por la pintura de Rob Gonzalvez. Yo aspiraba a encontrar algo más que un sobre dentro de un sobre… hasta que me cansé.
No podía seguir perdiendo el tiempo. Me decidí a hacer lo que tenía que hacer.
—Ulises: nos llevaremos los sobres, no hay opción. Reza para que la viuda nos lo permita.
Odiaba sentir que poco después de la muerte del jefe al que quise como a un padre, lo traicionaba acostándome con su esposa. Aun así, tenía que hacerlo, necesitaba esos datos para averiguar quien lo había asesinado. Necesitaba ensuciar su memoria para poder limpiarla…
Por otra parte, ella me gustaba… demasiado.
Durante dos horas me tuvo atado a un jacuzzi colmado de espuma, sales y rosas. Cuando finalmente me liberó de la más excitante de las torturas, me hallé más desgastado que después de haber librado la más letal de las batallas.
Soy bueno para el sexo, pero esta mujer es invencible.
Acompañado por el hombre de los cuchillos, retorné a mi parcela. Me dirigí directamente al herrumbroso y espacioso galpón donde solía hospedar a mis caballos en la noche. Allí Raymundo y mis hombres tenían atado a nuestro rehén.
Garrido me enseñó el chaleco de Kevler que le falló al herido. Pude distinguir en la coraza el símbolo del Cóndor Negro, un ejército integrado por ex soldados que abandonaron la infame Escuela de las Américas para organizar su propio ejército de mercenarios.
Contratar a dichos asesinos vale una suma inimaginable… eso confirma que el enemigo es alguien con una fortuna fuera de lo común.
La bala había entrado desde arriba hacia abajo, por un pequeño hueco creado entre el chaleco y el casco. Ese era el punto débil al que siempre apuntábamos cuando combatíamos a un sicario del Cóndor Negro.
—He traído al mejor doctor de Santiago —me aseguró Raymundo—. El tipo se pondrá bien, después delatara hasta a su mascota.
Lo dudo: Estos sujetos justifican su precio por ser de los pocos mercenarios que acatan un estricto código no revelar jamás la identidad de sus contratistas.
—Te lo confío a ti, Ray —le delegué—. Yo tengo un asunto crucial que atender.
Inmediatamente fui a mi oficina a reunirme con Lambert, el hombre de mi equipo menos diestro con las armas, pero insuperable en todo lo referido a información y sabotaje, por eso lo llamábamos el hacker.
Una enciclopedia viviente y, lo mejor de todo, era un experto en decodificación.
—Lambert, ¿cómo te va? Necesito saber en que idioma codificado están escritas estas cartas y, por supuesto, que las descifres.
—Permítame verlas —tomó las cartas y las observó meticulosamente—. Se trata de un idioma ISO, aunque es difícil asegurar cual de ellos, ya que no es un ISO estándar configurado para la informática, sino un ISO utilizados por las organizaciones gubernamentales en asuntos considerados como secretos de estado. Aun así, creo que puedo decodificarlo. ¿Para cuándo necesita el trabajo, señor Erin?
—Pronto Lambert. Todo se ha complicado para mí, he recibido ataques que desconozco siquiera de donde provienen. Lo necesito para esta misma noche.
—Eso es imposible —me respondió, acomodándose sus anteojos de nerd—. Por mucho que yo desee coadyuvarle, estamos hablando de un idioma ultra secreto que ha sido celosamente confeccionado, detallado y ramificado con el objeto de que ni los mayores expertos en decodificación accedan a él… Permítame llevarlo a mi estudio para trabajar con mayor eficacia. En tres días me presentaré en esta oficina con el informe presto.
—Hecho. Existe otro favor que quisiera pedirte: Las cartas son información confidencial de mi difunto patrón, nadie puede enterarse de que las tengo en mi poder… mucho menos el contenido de las mismas.
—Señor Erin, me extraña su solicitud. Usted sabe como abordo estos asuntos: Me encargo de decodificar, luego olvido que leí tales manuscritos. He trabajado siempre de esa forma, es la razón por la que continúo con vida.
Lo has entendido bien muchacho, así es como lo quiero.
Con la tranquilidad de haber depositado las copias de las cartas en las manos correctas, regresé al hermético refugio que me ofrecía mi habitación.
Anhelaba volver a atrincherarme en ella por otro mes o por un año.
Después de permanecer tanto tiempo en la oscuridad, la luz te lastima los ojos. ¿Luz?
Todos los rostros de las personas que veía, me parecían mascaras horrendas. No podía estar seguro de qué escondían detrás de ellas.
Quizá era un absurdo, quizá era el efecto de mi aislamiento, o quizá… era producto de este fiero mundo atiborrado de fingimientos. Deseaba salirme de él.
¡Oh, sí, cuánto lo deseo! Si tan sólo tuviera una razón para desearlo más, como me sucediera diez años atrás. En ese entonces habría encontrado la fuerza…
Diez años es mucho tiempo. Talvez ni siquiera fue real.
¿Qué importaba? No había marcha atrás, estaba en lo que estaba, mi destino era el que me tocaba.
Así pues, parecía que después de la calma era inevitable la tormenta, y yo estaba preparándome para volver a su ojo, el cual no tardaría en tragarme.
Los míos se fueron hacia el teléfono, sabía que ese maldito mensajero del infierno iba a sonar en cualquier momento. Debí haberme deslindado de él o tenerlo desconectado como durante todo el mes anterior.
En efecto, sonó, y la voz que me hablaba no auguraba buenas nuevas, en efecto.
Podría ser que yo atraía a la mala fortuna a través de mi energía negativa. Podría ser. Lo cierto es que quien me hablaba era el mismísimo capo Benito Adinolfi:
—Señor Michels: no lo entiendo, hace no mucho tiempo me aseguraba que carecía de ganas para volver al negocio… Unos días más tarde se disfraza de policía, pincha teléfonos y comienza a realizar diligencias con un equipo de hombres bien equipados, vehículos blindados y coches alquilados. ¿En qué está pensando? ¿Cree que usted puede realizar dichas acciones sin consultarnos a nosotros, sus superiores?
—¿Es qué acaso me ha estado espiando, señor Adinolfi?
—Michels, no voy a discutir ese asunto con usted. Sabe que no tiene la autoridad necesaria para gobernarse por su cuenta. Un capo puede realizar las diligencias que quiera; un preboste puede tomarse la libertad de efectuarlas mientras no comprometan a nuestra Empresa; un simple jefe de escolta, como usted, tiene que solicitar permiso hasta para ir al baño.
—Señor Adinolfi: Conozco de memoria la pirámide jerárquica.
—Que bien, porque organicé una reunión en mi hacienda para la noche de mañana. Sabe que no puede negarse, y si se niega… atiéndase a las consecuencias.
El mal humorado señor colgó bruscamente luego de hablarme en tono amenazante. Y ese enojo que denotaba en su voz por haber efectuado mis diligencias sin consultarlo, delataba que conocía cada uno de mis pasos.
Siempre quisiste llevarme a tu escolta, para arrebatarle su favorito a Khan. Poseías razones para querer matar a mi Jefe. Ahora que te rechacé, posees razones para querer matarme a mí. Bienvenido a mi lista de sospechosos, Adinolfi.
El teléfono volvió a sonar una vez más, quien hablaba era mi amigo Raymundo.
—Erin: Me enteré de la reunión que organizó Adinolfi. Sonaba furioso con nosotros por salir armados y no avisar. ¡Nos van a colgar! Fue mala idea cumplir diligencias con semejante equitación sin ningún permiso… temo que esto te perjudicará más a ti por no tener una adecuada posición.
—Cierto, olvidé que eres “preboste” —le contesté—. Tanta genuflexión te ha servido para un ascenso mínimo, y el olvido hacia tus amigos llega con el simple rezongo de un capo.
—Nada de eso, mala cara. Tú sigues teniendo todo mi apoyo, si me apresuré a llamarte fue porque quiero auxiliarte.
—Claro, dime de que forma —desestimé.
—Fácil. Sé que querías alejarte de todo, inclusive de mí. Yo respetaba esa decisión, pero temo decirte que ahora no tienes otra opción que unirte al cártel.
—Ah Raymundo, ya antes me solicitaste integrarme al equipo de seguridad de Adinolfi… conoces mi respuesta.
—No Erin, esto es diferente: Voy a elevar una petición oficial para que te asciendan a preboste. Serás el noveno jefe del cártel de Santiago.
—¿Te volviste loco? Agradezco tus buenas intenciones, pero ni los otros jefes lo van a permitir ni yo lo quiero.
—Piensa: Tú ya estás metido en esto, y ni siquiera antes de que salieras de tu caverna iban a permitirte escapar con vida, ahora mucho menos.
No le contesté, odié que estuviera en lo cierto, pero lo estaba: La única forma de escapar era muriendo.
—Y ya que no tienes alternativa —prosiguió—, antes de convertirte en el perro de otro capo, es preferible que ganes poder en la organización para obtener algo de libertad.
¿Libertad? ¿Existe eso?
—Eso no es libertad, es ser esclavo de otros esclavos que a su vez son esclavos de otros. Talvez en la interminable cadena esté un poco más liberado y aun así me seguirán tirando de la cadena.
—¡Mamita mía! ¡Deja de lado tus trabalenguas! Al menos esa independencia, falsa o como sea, te permitirá consumar diligencias sin estar tan atado a las decisiones de los capos. Podrás vengar a tu jefe, ¿no era eso lo que querías? Y que consté que odio tu facilidad para las obsesiones. Lo que quiero es que sigas vivo, eres el único hombre en la organización al que puedo considerar amigo. Talvez nunca te lo digo, pero aprecio eso.
Oh Raymundo, te odiaba por tenerte afecto. Ese afecto tan diferente a la indiferencia y a la revulsión que me generaban los demás. Pues de no tenerte afecto, de no reconocer en tus palabras la sinceridad, no tomaría tu consejo.
En fin: Nadie sale del infierno una vez que ya está dentro. Si lo intenta sólo se quema más en sus llamas.
Yo no podía esperar a que llegara el Apocalipsis y Dios me indultara, no gozaba de tanto tiempo, la reunión era la próxima noche.
Siendo un condenado, la mejor opción era elegir la menos terrible: Escapar del séquito de algún diablo bufón que tantos esbirros poseía para convertirme en un demonio menor pero con relativa autonomía…
Me quemaré un poco menos.
En fin, decidiera lo que decidiera, debía presentarme ante el tribunal para entender mi situación real con todos los jefes del cártel.
Sería un juego de póquer y, si era un jugador atento, podría obtener del movimiento de sus naipes alguna pista que guiara mi investigación… hasta llegar al homicida.
Vengar al jefe comenzaba a convertirse en mi ardiente obsesión.
CONTINUARÁ...
3
Secretos dentro de secretos (Parte 3)

Al abrirlo me sucedía idéntico que con el del anciano: Un sobre dentro de un sobre dentro de un sobre dentro de un sobre… Secretos dentro de secretos (Parte 3)

(Para leer este episodio les recomiendo leer antes el principio de capítulo 3, ya que por razones de espacio tuve que subirlo en dos partes. Aquí comienza: http://versoscompartidos.com/threads/2676-Las-Mentiras-de-Abril-Mi-novela-(Adelanto-3-Secretos-dentro-de-Secretos))
Ulises se mantenía deslumbrado por la pintura de Rob Gonzalvez. Yo aspiraba a encontrar algo más que un sobre dentro de un sobre… hasta que me cansé.
No podía seguir perdiendo el tiempo. Me decidí a hacer lo que tenía que hacer.
—Ulises: nos llevaremos los sobres, no hay opción. Reza para que la viuda nos lo permita.
Odiaba sentir que poco después de la muerte del jefe al que quise como a un padre, lo traicionaba acostándome con su esposa. Aun así, tenía que hacerlo, necesitaba esos datos para averiguar quien lo había asesinado. Necesitaba ensuciar su memoria para poder limpiarla…
Por otra parte, ella me gustaba… demasiado.
Durante dos horas me tuvo atado a un jacuzzi colmado de espuma, sales y rosas. Cuando finalmente me liberó de la más excitante de las torturas, me hallé más desgastado que después de haber librado la más letal de las batallas.
Soy bueno para el sexo, pero esta mujer es invencible.
* * *
Acompañado por el hombre de los cuchillos, retorné a mi parcela. Me dirigí directamente al herrumbroso y espacioso galpón donde solía hospedar a mis caballos en la noche. Allí Raymundo y mis hombres tenían atado a nuestro rehén.
Garrido me enseñó el chaleco de Kevler que le falló al herido. Pude distinguir en la coraza el símbolo del Cóndor Negro, un ejército integrado por ex soldados que abandonaron la infame Escuela de las Américas para organizar su propio ejército de mercenarios.
Contratar a dichos asesinos vale una suma inimaginable… eso confirma que el enemigo es alguien con una fortuna fuera de lo común.
La bala había entrado desde arriba hacia abajo, por un pequeño hueco creado entre el chaleco y el casco. Ese era el punto débil al que siempre apuntábamos cuando combatíamos a un sicario del Cóndor Negro.
—He traído al mejor doctor de Santiago —me aseguró Raymundo—. El tipo se pondrá bien, después delatara hasta a su mascota.
Lo dudo: Estos sujetos justifican su precio por ser de los pocos mercenarios que acatan un estricto código no revelar jamás la identidad de sus contratistas.
—Te lo confío a ti, Ray —le delegué—. Yo tengo un asunto crucial que atender.
Inmediatamente fui a mi oficina a reunirme con Lambert, el hombre de mi equipo menos diestro con las armas, pero insuperable en todo lo referido a información y sabotaje, por eso lo llamábamos el hacker.
Una enciclopedia viviente y, lo mejor de todo, era un experto en decodificación.
—Lambert, ¿cómo te va? Necesito saber en que idioma codificado están escritas estas cartas y, por supuesto, que las descifres.
—Permítame verlas —tomó las cartas y las observó meticulosamente—. Se trata de un idioma ISO, aunque es difícil asegurar cual de ellos, ya que no es un ISO estándar configurado para la informática, sino un ISO utilizados por las organizaciones gubernamentales en asuntos considerados como secretos de estado. Aun así, creo que puedo decodificarlo. ¿Para cuándo necesita el trabajo, señor Erin?
—Pronto Lambert. Todo se ha complicado para mí, he recibido ataques que desconozco siquiera de donde provienen. Lo necesito para esta misma noche.
—Eso es imposible —me respondió, acomodándose sus anteojos de nerd—. Por mucho que yo desee coadyuvarle, estamos hablando de un idioma ultra secreto que ha sido celosamente confeccionado, detallado y ramificado con el objeto de que ni los mayores expertos en decodificación accedan a él… Permítame llevarlo a mi estudio para trabajar con mayor eficacia. En tres días me presentaré en esta oficina con el informe presto.
—Hecho. Existe otro favor que quisiera pedirte: Las cartas son información confidencial de mi difunto patrón, nadie puede enterarse de que las tengo en mi poder… mucho menos el contenido de las mismas.
—Señor Erin, me extraña su solicitud. Usted sabe como abordo estos asuntos: Me encargo de decodificar, luego olvido que leí tales manuscritos. He trabajado siempre de esa forma, es la razón por la que continúo con vida.
Lo has entendido bien muchacho, así es como lo quiero.
Con la tranquilidad de haber depositado las copias de las cartas en las manos correctas, regresé al hermético refugio que me ofrecía mi habitación.
Anhelaba volver a atrincherarme en ella por otro mes o por un año.
Después de permanecer tanto tiempo en la oscuridad, la luz te lastima los ojos. ¿Luz?
Todos los rostros de las personas que veía, me parecían mascaras horrendas. No podía estar seguro de qué escondían detrás de ellas.
Quizá era un absurdo, quizá era el efecto de mi aislamiento, o quizá… era producto de este fiero mundo atiborrado de fingimientos. Deseaba salirme de él.
¡Oh, sí, cuánto lo deseo! Si tan sólo tuviera una razón para desearlo más, como me sucediera diez años atrás. En ese entonces habría encontrado la fuerza…
Diez años es mucho tiempo. Talvez ni siquiera fue real.
¿Qué importaba? No había marcha atrás, estaba en lo que estaba, mi destino era el que me tocaba.
Así pues, parecía que después de la calma era inevitable la tormenta, y yo estaba preparándome para volver a su ojo, el cual no tardaría en tragarme.
Los míos se fueron hacia el teléfono, sabía que ese maldito mensajero del infierno iba a sonar en cualquier momento. Debí haberme deslindado de él o tenerlo desconectado como durante todo el mes anterior.
En efecto, sonó, y la voz que me hablaba no auguraba buenas nuevas, en efecto.
Podría ser que yo atraía a la mala fortuna a través de mi energía negativa. Podría ser. Lo cierto es que quien me hablaba era el mismísimo capo Benito Adinolfi:
—Señor Michels: no lo entiendo, hace no mucho tiempo me aseguraba que carecía de ganas para volver al negocio… Unos días más tarde se disfraza de policía, pincha teléfonos y comienza a realizar diligencias con un equipo de hombres bien equipados, vehículos blindados y coches alquilados. ¿En qué está pensando? ¿Cree que usted puede realizar dichas acciones sin consultarnos a nosotros, sus superiores?
—¿Es qué acaso me ha estado espiando, señor Adinolfi?
—Michels, no voy a discutir ese asunto con usted. Sabe que no tiene la autoridad necesaria para gobernarse por su cuenta. Un capo puede realizar las diligencias que quiera; un preboste puede tomarse la libertad de efectuarlas mientras no comprometan a nuestra Empresa; un simple jefe de escolta, como usted, tiene que solicitar permiso hasta para ir al baño.
—Señor Adinolfi: Conozco de memoria la pirámide jerárquica.
—Que bien, porque organicé una reunión en mi hacienda para la noche de mañana. Sabe que no puede negarse, y si se niega… atiéndase a las consecuencias.
El mal humorado señor colgó bruscamente luego de hablarme en tono amenazante. Y ese enojo que denotaba en su voz por haber efectuado mis diligencias sin consultarlo, delataba que conocía cada uno de mis pasos.
Siempre quisiste llevarme a tu escolta, para arrebatarle su favorito a Khan. Poseías razones para querer matar a mi Jefe. Ahora que te rechacé, posees razones para querer matarme a mí. Bienvenido a mi lista de sospechosos, Adinolfi.
El teléfono volvió a sonar una vez más, quien hablaba era mi amigo Raymundo.
—Erin: Me enteré de la reunión que organizó Adinolfi. Sonaba furioso con nosotros por salir armados y no avisar. ¡Nos van a colgar! Fue mala idea cumplir diligencias con semejante equitación sin ningún permiso… temo que esto te perjudicará más a ti por no tener una adecuada posición.
—Cierto, olvidé que eres “preboste” —le contesté—. Tanta genuflexión te ha servido para un ascenso mínimo, y el olvido hacia tus amigos llega con el simple rezongo de un capo.
—Nada de eso, mala cara. Tú sigues teniendo todo mi apoyo, si me apresuré a llamarte fue porque quiero auxiliarte.
—Claro, dime de que forma —desestimé.
—Fácil. Sé que querías alejarte de todo, inclusive de mí. Yo respetaba esa decisión, pero temo decirte que ahora no tienes otra opción que unirte al cártel.
—Ah Raymundo, ya antes me solicitaste integrarme al equipo de seguridad de Adinolfi… conoces mi respuesta.
—No Erin, esto es diferente: Voy a elevar una petición oficial para que te asciendan a preboste. Serás el noveno jefe del cártel de Santiago.
—¿Te volviste loco? Agradezco tus buenas intenciones, pero ni los otros jefes lo van a permitir ni yo lo quiero.
—Piensa: Tú ya estás metido en esto, y ni siquiera antes de que salieras de tu caverna iban a permitirte escapar con vida, ahora mucho menos.
No le contesté, odié que estuviera en lo cierto, pero lo estaba: La única forma de escapar era muriendo.
—Y ya que no tienes alternativa —prosiguió—, antes de convertirte en el perro de otro capo, es preferible que ganes poder en la organización para obtener algo de libertad.
¿Libertad? ¿Existe eso?
—Eso no es libertad, es ser esclavo de otros esclavos que a su vez son esclavos de otros. Talvez en la interminable cadena esté un poco más liberado y aun así me seguirán tirando de la cadena.
—¡Mamita mía! ¡Deja de lado tus trabalenguas! Al menos esa independencia, falsa o como sea, te permitirá consumar diligencias sin estar tan atado a las decisiones de los capos. Podrás vengar a tu jefe, ¿no era eso lo que querías? Y que consté que odio tu facilidad para las obsesiones. Lo que quiero es que sigas vivo, eres el único hombre en la organización al que puedo considerar amigo. Talvez nunca te lo digo, pero aprecio eso.
Oh Raymundo, te odiaba por tenerte afecto. Ese afecto tan diferente a la indiferencia y a la revulsión que me generaban los demás. Pues de no tenerte afecto, de no reconocer en tus palabras la sinceridad, no tomaría tu consejo.
En fin: Nadie sale del infierno una vez que ya está dentro. Si lo intenta sólo se quema más en sus llamas.
Yo no podía esperar a que llegara el Apocalipsis y Dios me indultara, no gozaba de tanto tiempo, la reunión era la próxima noche.
Siendo un condenado, la mejor opción era elegir la menos terrible: Escapar del séquito de algún diablo bufón que tantos esbirros poseía para convertirme en un demonio menor pero con relativa autonomía…
Me quemaré un poco menos.
En fin, decidiera lo que decidiera, debía presentarme ante el tribunal para entender mi situación real con todos los jefes del cártel.
Sería un juego de póquer y, si era un jugador atento, podría obtener del movimiento de sus naipes alguna pista que guiara mi investigación… hasta llegar al homicida.
Vengar al jefe comenzaba a convertirse en mi ardiente obsesión.
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