Cuantas parejas, padres o no, después de años de compartir lecho ni siquiera se conocen... Nunca llegaron a sentir el alma del otro. Su tiempo, lleno de monotonía, de ocupaciones rutinarias, de obligaciones que llenan hasta sus horas de sueño, se desvanece y les lleva a la vejez.
Su tiempo no va más allá de sobrevivir, de satisfacer sus instintos más primarios hasta que, años después, se mira en el espejo, mira al otro y ve a dos desconocidos.
Otros, se paran en los recodos del camino, o quizás algo o alguien les detiene y viven el sueño despiertos, ya no les importa como gira el mundo, se miran a los ojos y descubren el amor, ese amor que no solo se vive en la cama y tocándose. Ese amor que tiene solo un nombre. Y no se miran al espejo; solo miran al otro.
Su tiempo no va más allá de sobrevivir, de satisfacer sus instintos más primarios hasta que, años después, se mira en el espejo, mira al otro y ve a dos desconocidos.
Otros, se paran en los recodos del camino, o quizás algo o alguien les detiene y viven el sueño despiertos, ya no les importa como gira el mundo, se miran a los ojos y descubren el amor, ese amor que no solo se vive en la cama y tocándose. Ese amor que tiene solo un nombre. Y no se miran al espejo; solo miran al otro.