Elias
Miembro Conocido
UN HOMBRE CUALQUIERA
Llegaba siempre, cada día y a cada lugar, a la misma hora. Era un tipo de costumbres fijas.
Vivía durante el día para poder “vivir” el encanto de cada noche; siempre plasmaba sus vivencias de manera tan sutil, que no siempre se percataba de lo vivido.
Recorría su mundo de manera sorprendentemente fugaz; sus ojos retenían imágenes sólo vistas por él, sólo entendidas por su cerebro.
Aquel día, como cada noche, llegó a la casa donde vivía. Se sirvió algo para comer, muy poco... y algo para beber. Al trinar en su reloj las horas de medianoche, como siempre, no tardó en levantarse para acudir a sus quehaceres.
Entró silencioso en la habitación que le servía de morada. Como siempre, encendió una vela que sólo alumbraba el círculo de la pequeña mesa donde, para pensar, apoyaba sus codos mientras sus manos sujetaban su cabeza. Su mirada... perdida al frente, impasible, sin gesto; sus ojos... enrojecidos y brillantes; su boca, con los dientes apretados, parecía sujetar un bostezo de ira contenida. A su lado, unos papeles un tanto mugrientos, esperaban ser acariciados una vez más; una pluma, un tintero, la botella de whisky, y un pequeño vaso junto a ella... Las mismas cosas, y en los mismos lugares.
Pero aquel instante fue diferente, porque aquella noche, también lo fue.
Era una fría noche de un crudo invierno. Su mirada impasible se dirigió a la botella; la cogió con su mano izquierda que, con pulso tembloroso, acertó a servir sobre el vaso un poco de whisky, sólo un poco, un sólo trago que ingirió de manera rápida y fugaz, dirigiendo su mirada a la triste ventana.
Entonces... se acercó el papel y agarró la pluma, la introdujo en el tintero, y dirigió su mirada a ninguna parte. Cerró los ojos como quien se siente rendido. Los mantuvo cerrados unos segundos, levantó la cabeza, y comenzó a escribir.
Una hoja tras otra, y otra más... terminaba una y de un manotazo la apartaba a un lado para seguir escribiendo en la siguiente. Por momentos, se detenía, observaba su entorno pero, sobre todo,observaba más allá de la ventana...
El viento soplaba arreciando, los árboles se mecían entre copos de blanca nieve, entre fríos alientos que doblegaban su figura, sin perder nunca su equilibrio.
El hombre, algo aturdido, se levantó de la silla, se sirvió otro whisky que bebió de pie, junto a la mesa. Y, sujetando la silla, se sentó nuevamente. Agarró el desorden de papeles acumulados a un lado de la mesa, y comenzó a leer.
Sus manos, temblorosas, sostenían el papel; sus ojos se abrieron como nunca antes lo habían hecho; y su brazo, se estiró hasta tirar la botella que se hizo añicos por el suelo. No daba crédito a lo que sus ojos leían, a lo que su mano había escrito, a lo que su mente le había dictado.
Era una noche fría, oscura, y casi aterradora. Pero no, el no la vio así...
“Caen finos los rayos de sol, que se cuelan animosos por la hendidura de mi ventana, por los recodos de esta mi piel que se impregna de aromas primaverales. La brisa enternece la rabia de las rosas que amenazan, con su corona de espinas, la calma de esta tarde majestuosa.
El campo se mece con los vientos que convierten su furia en aliento, para calmar esta orilla donde puedo dormir, donde puedo vivir en la paz de esta noche que me entregó la tarde, tras su sosiego; esa tarde que se fue bendiciendo paso paso, hora tras hora, y segundo a segundo... la soledad que me acompaña.
Y en soledad recibo a la noche, la mensajera que despierta los instintos más básicos de mi existencia. La luna, asomada y apoyada sobre mi ventana, me cuenta al oído sus vivencias, teñida del pálido blanco que viste de luz mi habitación.
La llama de mi vela se mece, y se contonea, al ritmo de los latidos de mi noche, al ritmo de mis latidos, que bailan al compás de la brisa que... suave, tumba las espigas de los trigales, acariciándolos en esta primavera. Las flores despliegan sus pétalos ofreciéndolos al encanto de esa luna que se me antoja imposible e impasible, esta noche desde mi ventana.
No sé qué sucede fuera, ni lo sé ni me importa... Mis ojos sólo te ven a ti, primavera vestida de blanco, radiante novia que acompaña esta cristalera que me aparta de los sueños.
Y tú, luna... qué me pides? Todo eso me es imposible, ya no tengo fuerzas ni tiempo de vivir, tan sólo de esperar que la llama venza a la vela; y ambas, en ese suspiro, vuelen allá a donde no alcanzan mis ojos, allá donde muere mi aliento, al quedare sin vida...”
¿Qué había pasado, qué pasó por su mente? No lo sabremos. Ni sabremos si hubo primavera más allá de los vientos, o si fueron esos vientos quienes apagaron su llama.
Era un hombre cualquiera, uno más de muchos que viven el día a día para poder vivir de noche plasmando la ilusión de una vida.
Fue un hombre cualquiera, que vivió un momento cualquiera, y felizmente se perdió, como se pierde cualquiera, en la magia de una noche tan bella.
Elias Nuñez
2013.
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